lunes, 21 de diciembre de 2009

Marga Gil Roësset


‘Qué hermoso es el amanecer del último día’, escribió Marga Gil Roësset el 28 de julio de 1932, antes de disparar su pistola. Previamente, había intentado borrar a golpe de martillo todo vestigio de la actividad creativa que llevó a cabo durante sus veinticuatro años de vida. A Juan Ramón Jiménez, destinatario de su pasión frustrada, le confió el diario donde describía los motivos del suicidio. No creía en el amor correspondido y tuvo la mala fortuna de enamorarse de ese poeta del 27 que decía poseer una glándula secretora de infinito y declaraba sin rubor en uno de sus manifiestos estéticos: ‘¡Cómo me cansan todos los libros ajenos!’. Marga se disculpó con Zenobia por sentir lo que sentía, lamentando lo que hubiese podido llegar a hacer si su marido hubiese estado dispuesto. Olga Bauer le presentó al poeta en un concierto, tres meses atrás. A Zenobia ya la conocía y la admiraba por las traducciones de Tagore que leía de pequeña junto a su hermana Consuelo.

Aparte del diario y de una breve correspondencia, a Marga le han sobrevivido una decena de esculturas y unos cuantos dibujos, entre ellos los que compuso para ilustrar los cuentos que escribía su hermana (“El niño de oro” y “Rose de bois”), publicados cuando Marga contaba doce y trece años de edad, respectivamente. Uno de sus dibujos, que ilustra un cancionero para niños, guarda gran parecido con el personaje que más de una década después haría famoso a Antoine de Saint-Exúpery. Nadie sabe a ciencia cierta si fue el modelo que inspiró al impertinente Principito.

Quizá hastiada de su precoz talento, Marga cambió el dibujo por la escultura. Sus contemporáneos la describen con los brazos morenos y musculosos, heridos por las esquirlas que saltaban de las piedras que trabajaba. Era una mujer muy alta, de ojos grises y rasgos varoniles. Autodidacta e intuitiva, improvisaba sus obras sin apoyarse en bocetos. Con veintidós años, presentó a la Exposición Nacional una obra titulada ‘Adán y Eva’ que sorprendió por su intensidad dramática y la rara perfección de su factura.

Durante la guerra civil un obús cayó sobre el cementerio de Las Rozas destruyendo una sola tumba, la de Marga. Hay cosas que no son, pero que siguen siendo, dice en un verso su amiga Ernestina De Champourcin.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Los cuentos jeroglíficos de Horace Walpole


Un siglo antes de que Lewis Carroll escribiese para la niña Liddell las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, Horace Walpole dedicó a otra niña púber (en este caso la sobrina de Lady Ailesbury) su libro más extraño, titulado “Cuentos jeroglíficos”. Madame du Deffand, con quien se carteaba asiduamente, calificó el texto como la obra de un loco delirante.

Walpole, hijo de un primer ministro británico y primo del almirante Nelson, tuvo una discreta carrera política. Sus intereses iban más encaminados a las disciplinas artísticas. Los “Cuentos jeroglíficos” no son inferiores a las tan celebradas aventuras de Alicia; sin embargo, Walpole es hoy más conocido por ser el precursor de la novela gótica y por acuñar el término ‘serendipia’, que alude a esos hallazgos casuales tan frecuentes en el mundo de la ciencia. Sus innovaciones literarias fueron la extensión de lo que previamente había llevado a cabo en el campo de la arquitectura, convirtiendo su casa de Strawberry Hill en la parodia de un castillo gótico. En la prensa doméstica de ese castillo imprimió la primera edición de sus “Cuentos jeroglíficos”, compuesta por la respetable suma de siete ejemplares.

Los argumentos de los cuentos abundan en el absurdo y el sinsentido, en un derroche de imaginación que los hace parecer hoy tan frescos como hace más de doscientos años. Basta con reseñar el comienzo de uno de los relatos: ‘Había antiguamente un rey que tenía tres hijas, o mejor dicho, que habría tenido tres hijas si hubiese tenido una más, pues la primera de ellas, de un modo u otro, no había llegado a nacer nunca. Era, sin embargo, muy hermosa, tenía mucho ingenio y hablaba el francés a la perfección.’ Con este prometedor comienzo, Walpole pasa a relatar las dificultades del monarca para encontrar un heredero: ‘El rey, en efecto, insistía en que su hija mayor debía casarse primero y, como ésta no existía, era muy difícil encontrarle un marido apropiado.´ El relato nos brinda la aparición de un príncipe que, según explica Walpole, ‘habría sido el héroe más cumplido de su época si no hubiera estado muerto’. Imaginen los lectores las complicaciones inherentes a la unión entre una mujer que no existe y un hombre que ha dejado de existir. Remito a la lectura del libro para conocer de primera mano el desenlace.

(En cuanto a las motivaciones de Horace Walpole para entretener a la niña Caroline Campbell, los críticos apuntan teorías cercanas a las que manejan para justificar el interés de Lewis Carroll por las nínfulas)

lunes, 9 de noviembre de 2009

Italo Calvino - Paul Valéry


1. …padezco de una hipersensibilidad o alergia: tengo la impresión de que el lenguaje se usa siempre de manera aproximativa, casual, negligente, y eso me causa un disgusto intolerable. No se vaya a creer que esta reacción corresponde a una intolerancia hacia el prójimo: lo que más me molesta es oírme hablar. Por eso trato de hablar lo menos posible, y si prefiero escribir es porque escribiendo puedo corregir cada frase tantas veces como sea necesario para llegar, no digo a estar satisfecho de mis palabras, pero por lo menos a eliminar las razones de insatisfacción que soy capaz de percibir. La literatura –quiero decir la literatura que responda a estas exigencias- es la Tierra Prometida en la que el lenguaje llega a ser lo que realmente debería ser.
(Italo Calvino. Seis propuestas para el próximo milenio)

2. En 9 de cada 10 casos, es cien veces más fácil escribir una cosa bella que una cosa precisa.
Lo que oscurece casi todo es el lenguaje –porque obliga a fijar y generaliza sin que lo deseemos.
Hay que buscar, buscar incesantemente, aquello de lo cual todo cuanto decimos es sólo traducción.
(Paul Valéry. Cuadernos)

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Loro, pala, lila

Víctor estaba jugando esta mañana a encontrar palabras con la letra L. Mientras levantaba una torre con las piezas del lego iba entrando y saliendo del cuarto para informarme de sus hallazgos. ‘Lata también lleva L’, ha dicho mientras cogía más piezas de colores del tambor de cartón. De repente, se ha detenido en la palabra luna y ha empezado a deletrearla vocalizando lentamente. Luego ha dibujado las letras de la palabra en su pizarra dejándose guiar por los sonidos que pronunciaba en voz baja. Escrita la palabra, ha seguido el camino inverso deteniendo un dedo en cada letra y pronunciándola acto seguido con una sonrisa de satisfacción. En ese trayecto de ida y vuelta se ha entretenido un buen rato. Enfrascado como estaba en la tarea, mi interés le ha pasado desapercibido. Ha estado probando su recién adquirida habilidad con diferentes palabras (loro, pala, lila) hasta que, cansado, ha dejado la pizarra sobre la mesa y se ha vuelto a concentrar en la construcción de la torre de colores.

Supongo que para él el descubrimiento de ese misterioso atajo no revierte mayor importancia. No puede ver aún (o tal vez sí, su sonrisa de felicidad le delataba) las posibilidades infinitas de esos curiosos signos que desde hace un tiempo despiertan su atención, el vértigo combinatorio de las palabras y su poder de evocación. Es sólo un nuevo aprendizaje, me he dicho. Todos los niños empiezan a escribir a cierta edad. Sin embargo, he pasado el resto de la mañana rebuscando entre mis libros. Eligiendo, imagino, futuros anzuelos para su curiosidad lectora.

martes, 20 de octubre de 2009

El anillo de Pushkin

Lo cuenta J.E. Zúñiga en su particular homenaje a la literatura rusa titulado, precisamente, ‘El anillo de Pushkin’. El poeta Pushkin recibió un anillo de la bella polaca Elisa Vorontsova tras una larga noche apasionada. El anillo pertenecía a su marido el gobernador de Odessa y contenía en su sello una leyenda escrita en hebreo. Cuando la bella Elisa era ya sólo un grato recuerdo para Pushkin él conservó el anillo y lo mostraba orgulloso a sus amistades presumiendo de sus presuntos poderes protectores. El día de su muerte, al recibir el disparo de pistola del militar francés Georges D’Anthés, a quien había retado en duelo, la mano de Pushkin tapó instintivamente el boquete abierto por la bala y la sangre apagó por un instante el destello del anillo. Su amigo Yukovski presenció la agonía del poeta y, junto a sus últimas voluntades, recibió el anillo en herencia. Conmocionado por el drama, lo guardó maquinalmente en un bolsillo de su levita y sólo se acordó de él días más tarde. Yukovski conservó muchos años la alhaja a la que Pushkin había dedicado uno de sus poemas y lo llevó consigo cuando emigró a Alemania. Su hijo lo heredó tras su muerte pero en vez de conservarlo hasta el final, como habían hecho sus predecesores, decidió regalárselo al escritor Turguéniev. Éste supo que se trataba de un talismán de su admirado Pushkin, lo que a sus ojos le confería un valor incalculable. El anillo, testigo de las pasiones de Pushkin, acompañó a partir de entonces los amores contrariados de Turguéniev.

Una noche Turguéniev tuvo un sueño que acabó convertido en un relato cuyo protagonista es el anillo de una recién casada, robado por el hombre que la viola. El hijo de ambos, fruto de la violación, encuentra al cabo de los años al ladrón ahogado en una playa, y descubre en su mano el anillo maldito que de esta forma regresa a su propietaria cerrando el círculo. Paulina Viardot, la cantante y amiga de Turguéniev fue la última propietaria conocida del anillo. Ella fue quien lo envió al museo de San Petersburgo que guarda los recuerdos del poeta Pushkin. Según imagina Zúñiga, a ella le resultó excesivo el peso fabuloso del anillo depositado por tantos hombres ilustres que lo habían portado con anterioridad. ‘En su dura materia había entrado, con la sangre de su dueño, la centenaria experiencia rusa de sufrimiento, pasiones y grandeza. Quizá, bajo su influjo, Ivan Turguéniev, que vivió en el extranjero, sobrellevó adversidades típicamente rusas y su vida de nostalgias fue una existencia rusa con sus ternuras y sus frustraciones, sus anhelos y su desprendimiento’.

Años después, un visitante del museo rompió la vitrina y se llevó el talismán perdiéndose su rastro para siempre.

domingo, 4 de octubre de 2009

Sergio Pitol - Jorge Luis Borges



1. Uno, me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas.
(Sergio Pitol. El arte de la fuga)

2. Somos todo el pasado, somos nuestra sangre, somos la gente que hemos visto morir, somos los libros que nos han mejorado, somos gratamente los otros.
(Jorge Luis Borges. Epílogo a sus Obras Completas)

miércoles, 30 de septiembre de 2009

PETRARCA, ALPINISTA

Hace un año empecé este blog, por insistencia y mérito de Nadna. Al pensar en los meses transcurridos, que asimilo a una lenta ascensión antes que a una fuga perpetua, me acuerdo de la excursión de Petrarca, curiosamente elegida por los historiadores como el acto inaugural del montañismo, la primera gesta alpina inspirada por motivos estéticos:

Impulsado por el deseo de contemplar un lugar célebre, un día del mes de abril del año 1336 el poeta Petrarca decidió ascender hasta la cima del Mont-Ventoux. Antes de partir piensa en un compañero de viaje pero ninguno le parece apropiado, unos por demasiado prudentes, otros por osados, o locuaces, o silenciosos, o lóbregos, o joviales. Su hermano, a quien comenta sus intenciones, acaba convirtiéndose en el compañero ideal, amigo y hermano a un tiempo. ‘Lo prolongado del día, la suavidad del aire, la fortaleza de nuestra determinación, el vigor y la agilidad corporales y el resto de las circunstancias favorecían a los caminantes, sólo la naturaleza del lugar suponía un obstáculo’, explica Petrarca en una carta dirigida a Dionisio da Burgo. En una loma de la montaña dan con un anciano pastor que intenta disuadirlos del ascenso y les relata cómo cincuenta años antes, empujado por el mismo ardor juvenil, había ascendido hasta la cumbre, sin que ello le reportara sino arrepentimiento y fatiga. La prohibición los espolea. Mientras su hermano intenta atacar la cumbre por el camino más recto, Petrarca opta por un trayecto más largo y descansado. Al coronar por fin la cumbre, la ligereza del aire y el escenario ilimitado le dejan privado de sentido. Las nubes a sus pies materializan lo que ha leído sobre el monte Atos y el Olimpo. Ante la cercanía de la noche, su compañero le apremia para partir y Petrarca siente que le han sacado de un sueño. Abre el libro que lleva consigo, las ‘Confesiones’ de San Agustín, regalo de su mentor Dionisio, y da por azar con la siguiente cita: ‘Y fueron los hombres a admirar las cumbres de las montañas y el flujo enorme de los mares y los anchos cauces de los ríos y la inmensidad del océano y la órbita de las estrellas y olvidaron mirarse a sí mismos’.

Petrarca intuye que la cita no es casual. Coronar la cima de una montaña debe ser algo más que coronar la cima de una montaña. Mira en su interior, como el pasaje le aconseja, y sus reflexiones convierten lo que inicialmente era una excursión ociosa y despreocupada en una metáfora de las penalidades de la vida espiritual. Durante el descenso permanece en silencio, ocupado en asuntos ambiguos y penosos. Compara su mente con un campo de batalla donde se libra una lucha agotadora. Según sus propias palabras no puede dejar de sentirse un hombre dividido, como todos nosotros desde entonces.

(Místicas gracias, Nadna)

viernes, 18 de septiembre de 2009

VARIACIONES SUIZAS (II)

No he podido resistir la tentación de poner mi partido de fútbol favorito, el que disputaron las selecciones de Alemania y Grecia en el estadio olímpico de Munich. Aunque a punto estuvo de jugarse en campo neutral (Suiza, por supuesto).
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martes, 15 de septiembre de 2009

VARIACIONES SUIZAS

En el pueblo suizo de Meiringen cruzas una puerta y apareces en una casa de la ciudad de Londres, en el 221 de Baker Street, la residencia de Sherlock Holmes. No lejos de allí, dos tramos de ascensión en telecabina te sitúan en la cima del Piz-Gloria, escenario del combate entre James Bond (el efímero George Lazenby) y la malvada organización Spectra en la película “007 al servicio secreto de su majestad”.

Cerca del pueblo de Meiringen, que alberga la réplica exacta de la vivienda del famoso detective, están las cataratas Reichenbach donde se sitúa el desenlace de ‘El problema final’, último relato protagonizado por Holmes y Moriarty antes de (supuestamente) morir ambos. Cuando uno se acerca a los impresionantes saltos de agua acaba viendo el escenario de la muerte de Sherlock Holmes, no el lugar en que Conan Doyle se inspiró para deshacerse (sin lograrlo) de su personaje más célebre. Del mismo modo, la vertiginosa subida al monte Schilthorn o Piz-Gloria se convierte, por efecto de la publicidad que bombardea al visitante desde el inicio de la ascensión, en un paseo por los decorados de una película de James Bond.

Cuando Marta y yo llegamos a la cima del monte Schilthorn me sorprendió ver que muchos visitantes, en lugar de salir al exterior para contemplar las maravillosas vistas del Eiger y el Jungfrau, enfilaban un largo pasadizo que llevaba a una sala de proyección por cuya pantalla desfilaban sin descanso imágenes de 007 en acción. En la sala a media luz los espectadores veían una filmación antigua del paisaje que tenían unos metros por encima de sus cabezas. La panorámica que ofrecía el restaurante circular resultaba para algunos desvaída en comparación con esas imágenes en technicolor que convocaba el proyector.

El mundo real infectado por la ficción. Un paisaje real (cuál no lo es) colonizado por la imaginación, devorado por ella y relegado a un segundo plano. No me desagrada. De hecho, en ocasiones, cuando observo los Alpes desde esos miradores estratégicamente situados tengo la impresión de que alguien ha estado abusando del photoshop.

jueves, 10 de septiembre de 2009

LAS TUMBAS SUIZAS



He aprovechado los primeros días de septiembre para dar rienda suelta a mi monomanía literaria. Suiza es para algunos el país del chocolate, los relojes de cuco y las montañas nevadas. Yo la asocio a los últimos días de Borges, Rilke, Nabokov y tantos otros. Comenzamos nuestro itinerario en la ciudad de Ginebra. En la calle Rue de Rois, en la orilla izquierda del Ródano, lo que semeja un tranquilo parque ginebrino alberga las lápidas de los hombres ilustres de la ciudad. Entre ellas, extrañamente, la de Borges quien eligió para morir el mismo lugar donde vivió su adolescencia e inauguró su vocación literaria. Su lápida, remedo de una lápida antigua, muestra en bajorrelieve un grupo de guerreros nortumbrios, una cruz de Gales y un fragmento de un verso de un poema épico del siglo X, ‘La balada de Maldon’: ‘And ne forthedon na’ (‘Y que no temieran’). En la cara posterior de la lápida hay esculpida una nave vikinga y dos versos más (‘Hann tekr sverthit Gram okk / legger i methal theira bert’) pertenecientes a una saga noruega del siglo XIII. ‘El tomó su espada, Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos’, sería la traducción. La espada aludida es la que, para no ceder a la tentación carnal, coloca Sigurd entre él y la mujer pretendida por su cuñado. Los versos son los mismos que encabezan el único cuento de amor escrito por Borges. Recuerdo ese cuento porque en él el protagonista, Javier Otálora, conquistaba a Ulrica gastándole una broma atribuida a Schopenhauer. Ah, Borges y el amor.

Mientras rendía mi homenaje silencioso a aquél que abominaba de la cópula y los espejos, encontré junto a la tumba un libro de Castaneda abandonado allí por un aficionado al bookcrossing. Me lo llevé junto a una piedra de forma piramidal que me pareció perfecta para mi colección de fetiches.

Siguiendo nuestro particular itinerario, Marta y yo nos dirigimos al extremo opuesto del lago Leman para visitar el lugar que guarda el último vestigio físico de Vladimir Nabokov, a quien Borges ninguneó sin piedad. El cementerio de Clarens es un elegante camposanto rodeado por colinas de viñedos. Los nombres de Nabokov y de su esposa Vera (y las fechas que los delimitan) son el único adorno sobre una gruesa lápida de mármol azul. En la tumba de Borges alguien había plantado una rosa; pequeñas piedras adornaban la de Nabokov, junto a una postal de San Petersburgo y un recipiente de plástico que contenía billetes de distintos países. Sospecho que algo tenía que ver en ello el empleado que nos indicó la ubicación de la tumba, en cuya mirada creí percibir un cierto brillo mercantil. Muy cerca de Clarens está el castillo de Chillon, cantado por Byron en uno de sus poemas. Entre las múltiples inscripciones dejadas por los prisioneros y los visitantes, en una de las columnas de las mazmorras puede leerse la firma de un tal Byron. Mientras fotografiaba las letras grabadas en la piedra, de dudosa autoría, no pude evitar un nuevo pensamiento de sospecha dirigido al empleado del cementerio de Clarens.

El lago Leman tiene por supuesto otros atractivos, bonitos paisajes y demás, similares a los del lago de la ciudad de Zurich, cuna del Cabaret Voltaire y de alguna que otra pequeña isla entre cientos de sucursales bancarias y bufetes de especuladores. Junto al parque zoológico de Zurich, al final de una interminable cuesta, una verja da acceso a la residencia final de Elias Canetti y de James Joyce, vecinos de tumba. Joyce goza el privilegio de una estatua conmemorativa, con todos los complementos que le caracterizaban en vida: libro; cigarro; bastón y gafas de gruesos cristales. Está en posición sedente, con las piernas cruzadas y la espalda encorvada por el hábito de la lectura. Parece mirar con displicencia hacia el lugar que ocupa su compañero de viaje. Con semejante compañía, auguro al pobre Canetti una aburrida eternidad.



viernes, 21 de agosto de 2009

Juan José Millás - Slawomir Mrozek - Oscar Wilde



1. Yo siempre he seguido la vieja regla de hacerme el cojo cada vez que algo me salía bien para no llamar la atención del destino. El caso es que hace poco tuve dos golpes de buena suerte y pensé que, además de cojear un poco, convendría escayolarme el brazo derecho por si acaso. Al poco me llamaron de una asociación de no sé que para entregarme un premio, pero al subir a la tarima pisé mal, de manera que me rompí el brazo escayolado y el pie presuntamente cojo. Como siempre trato de ver el lado bueno de las cosas, pensé que aquello era un golpe de suerte, pues ya no me vería obligado a fingir, que no me gusta. Estaba cojo y manco de verdad, pero valía la pena.
(J.J. Millás. Suerte)

2. Salí de casa silbando. ¿Acaso es de extrañar que, sin el freno de un desagradable estado de ánimo que, como solía ocurrir antes, me habría impedido al menos durante unos días nuevos excesos, me embriagara inmediatamente y causara un daño irreparable a una viuda? Y cuando al día siguiente me desperté de un humor espléndido, me era ajena toda duda de carácter moral o la más leve molestia fisiológica. En cambio, mi gatito presentaba un aspecto lamentable. Se tambaleaba, tenía hipo, sufría, y en sus pupilas opacas se reflejaba un doloroso remordimiento de conciencia. Fui corriendo a buscar una cerveza para el gatito, le llené el platito y, mientras le veía beber ávidamente, me puse a reflexionar. No cabía duda de que, o bien por agradecimiento, o bien por piedad, el gatito tomaba como suyos todos mis pecados o, mejor dicho, sólo sus consecuencias morales y físicas, dejando la parte más atractiva para mí. Tal vez, a pesar de ser de una especie diferente, pero al fin y al cabo también animal, estaba emparentado con aquel chivo que los antiguos judíos, tras cargarlo con sus pecados, echaban al desierto para que de esta manera les eximiera y liberara de aquel peso repugnante.
(Slawomir Mrozek. El pequeño amigo)

3. Cuando iba paseando hacia su casa, fumando un cigarrillo, dos muchachos vestidos de etiqueta se cruzaron con él. Oyó a uno de ellos cuchichear al otro: 'Es Dorian Gray'. Recordó cómo le gustaba antes que la gente le señalase con el dedo, le mirase o hablara de él. Ahora le cansaba oír su propio nombre.
(Oscar Wilde. 'El retrato de Dorian Gray')

miércoles, 19 de agosto de 2009

Crítica literaria (ll)

'Mi querido amigo, quizá debo estar muerto de cuello para arriba pero por más que me devano los sesos no acierto a ver por qué alguien necesita treinta páginas para describir cuántas vueltas da en la cama antes de dormir'.
(Marc Humblot, editor francés, carta de rechazo a Proust, 1912)

martes, 18 de agosto de 2009

Crítica literaria

Sobre Ezra Pound:

'Un guía de pueblo, excelente si uno es pueblerino pero no en caso contrario'
(Gertrude Stein, Dictionary of biographical quotation)


Sobre Gertrude Stein:

'Es una pena que no la hubiese conocido antes de que se echase a perder. Una cosa graciosa es que no sabía escribir diálogos. Era terrible. Aprendió a hacerlo con mis escritos… Nunca pudo perdonar haberlo aprendido así y tenía miedo de que la gente se diera cuenta'
(Ernest Hemingway, Las verdes colinas de África)


Sobre Ernest Hemingway:

'Sus personajes son tan superficiales como el hueco en el que amontonan sus diarias emociones y en vez de interpretar su información, o mejor cuestionarla, se ha contentado simplemente con hacer una copia al carbón de la vida superficial parisina, no especialmente significativa'
(The Dial, crítica a 'Fiesta')

jueves, 30 de julio de 2009

FELISBERTO HERNÁNDEZ Y LA ESPÍA MARÍA LUISA


El uruguayo Felisberto Hernández, concertista de piano en circuitos de provincias y escritor en sus ratos libres, se casó con una espía. Felisberto es uno de esos autores sin maestros ni discípulos, una especie de isla en la historia de la literatura. Escribió varios libros de relatos, de contenido extraño y desazonante. Su principal aportación al género es la ausencia de final. Es como si se hubiese dedicado, para concluir sus cuentos, a dar tijeretazos arbitrarios. ‘Me parece que cada vez escribo mejor lo que me pasa: lástima que cada vez me vaya peor…’, confesaba en uno de ellos.

Felisberto conoció a la modista Maria Luisa Las Heras en el mes de diciembre de 1947, en un acto organizado en el Pen Club de París por su mentor, Jules Supervielle. Regresaron juntos a Uruguay y allí contrajeron matrimonio. María Luisa resultó ser una esposa hogareña, buena cocinera y amante de las obras de caridad. En sus conversaciones con personajes de la sociedad uruguaya se confesaba apolítica. Pero la dulce María Luisa se llamaba en realidad África Las Heras, ferviente comunista reclutada para el servicio de espionaje soviético por Caridad Mercader, mamá del asesino de Trotsky. La propia María Luisa participó en su asesinato dibujando los planos de su domicilio en Méjico.

Mientras ella organizaba en Montevideo una red de espionaje para interceptar las acciones de la CIA en Latinoamérica y se dedicaba a enviar mensajes en clave desde su centro de operaciones con ayuda de la famosa decodificadora ‘Enigma’, Felisberto pulía sus enigmáticos relatos por los que hoy es conocido. A su esposa le dedicó uno de ellos, titulado ‘Las Hortensias’, como regalo de boda. Horacio, el protagonista del cuento, colecciona muñecas de tamaño humano y representa con ellas escenas teatrales. A su favorita, Hortensia, la rellena de agua caliente y la transforma en juguete sexual. Su mujer le descubre, apuñala despechada a la muñeca, y abandona el hogar. Horacio se enamora de otra de sus muñecas. Mientras cena junto a ella le pregunta al criado de la casa, que resulta ser un ruso blanco de nombre Álex, por su opinión sobre su nueva conquista. ‘Muy hermosa, señor, se parece mucho a una espía que conocí en la guerra’, le responde éste. Las coincidencias del relato con la identidad oculta de María Luisa han hecho pensar a algunos estudiosos que Felisberto, anticomunista declarado, no estaba tan en Babia como parecía.

Lo cierto es que el peculiar matrimonio duró apenas dos años. María Luisa cambió a Felisberto por un espía italiano y fue condecorada en diversas ocasiones, alcanzando el grado de coronela del ejército rojo. Curiosamente, la compañera que sustituyó a María Luisa en el corazón de Felisberto atendía al monárquico nombre de Reina Reyes. Tal vez para compensar.

lunes, 27 de julio de 2009

Umberto Eco - Arthur Machen



1. Fíjate, muchacho, el mundo está dominado por el mal. Mejor dicho, por el Mal con M mayúscula. Y no me refiero sólo al mal del que mata a su semejante para robarle dos reales, o el mal de las SS que ahorcan a nuestros compañeros. Me refiero al Mal en sí, el Mal por el que los pulmones se me han podrido, una cosecha se echa a perder, una granizada puede sumir en la más negra miseria al dueño de una pequeña viña, que es todo lo que tiene. ¿Te has preguntado alguna vez por qué existe el mal en el mundo?
(Umberto Eco. La misteriosa llama de la reina Loana)

2. Desde luego; porque el auténtico mal nada tiene que ver con la vida o las leyes sociales, o, si lo tiene, es sólo de forma secundaria y accidental. Es una pasión solitaria del alma, o una pasión del alma solitaria, como vd. prefiera. Si, por casualidad, la percibimos y captamos su significado exacto, entonces, verdaderamente, nos llenará de horror y de terror. Pero esta noción es muy distinta del miedo y el asco con que consideramos al criminal corriente, pues este último sentimiento está basado totalmente, o en gran parte, en la estima que sentimos por nuestro propio pellejo o bolsa. Odiamos al asesino porque odiamos ser asesinados, o que asesinen a los que queremos. Así, en el reverso de la medalla, veneramos a los santos, pero no los queremos como a nuestros amigos…
(Arthur Machen. El pueblo blanco)

jueves, 2 de julio de 2009

PROUST Y JOYCE EN EL MAJESTIC

Tres meses después de la publicación de la novela ‘Ulysses’ y seis antes de que una septicemia se llevara a Proust al otro barrio, los dos autores más celebrados del siglo XX coincidieron en una cena en el hotel Majestic de París. Fue el 18 de mayo de 1922. El mérito del encuentro corresponde al matrimonio Schiff, anfitriones de la cena que celebraba esa noche el estreno de un ballet de Stravinsky.

Joyce llegó tarde y se disculpó por no ir vestido de etiqueta, luego se dedicó a beber champán lanzando eructos entre sorbo y sorbo. Poco antes de las dos de la madrugada apareció Proust con su inseparable abrigo de pieles. Se sentaron en sillas contiguas. Contamos con varias versiones de la conversación que ambos mantuvieron:

1) Según William Carlos Williams, Joyce dijo que tenía cefaleas a diario y se quejó de la vista; Proust replicó que su estómago le estaba matando; ambos alegaron prisa y se despidieron apresuradamente.

2) Según Margaret Anderson, Proust lamentó no conocer la obra de Joyce y éste repuso que nunca había leído a Mr. Proust.

3) Según Joyce (en conversación con Arthur Power), Proust le preguntó si le gustaban las trufas; Joyce contestó que sí.

4) Según Joyce (en conversación con Jaques Mercanton), Proust sólo le habló de duquesas aunque él estaba más interesado en las doncellas.

5) Según Joyce (en conversación con Budgen), Proust le preguntó si conocía al duque de tal; Joyce contestó que no; la anfitriona intervino para preguntar a Proust si había leído determinado capítulo del Ulysses; Proust dijo que no.

Ocupado como estaba con las correcciones infinitas de su obra magna, Proust no hizo pública su versión de los hechos. El 22 de noviembre de ese mismo año, Joyce asistió al funeral de su colega en la capilla Saint-Pierre-de-Chaillot. Cuando el organista atacó los primeros compases de la 'Pavana para una infanta difunta' de Ravel, se marchó sin esperar el final.

Años después, en uno de los apuntes de su diario, Joyce disfrazaba de ironía su opinión sobre el finado: “Los lectores llegan al final de las frases de Proust antes de que él termine de escribirlas”.

viernes, 19 de junio de 2009

UN SUCESO EN EL PUENTE SOBRE EL RÍO MIRABEAU


A lo largo de los últimos diez dias del mes de abril, hace ahora 39 años, el cuerpo de Paul Celan navegó río abajo por el Sena, partiendo del puente parisino de Mirabeau desde donde se lanzó al agua. Un pescador anónimo halló su cadáver atrapado en un remanso. Había estado desplazándose a razón de un kilómetro por día, en un lento viaje a ninguna parte que bien podría copiar el título de su poema más recordado: 'Fuga de la muerte'. En su billetera guardaba dos entradas para una representación de 'Esperando a Godot' a la que a última hora decidió no acudir.

Mientras se encaramaba al pretil del puente, la imagen final que vieron sus ojos fue esa negra leche del alba de la que habla su poema. No sé por qué me he acordado hoy de él:


Leche negra del alba la bebemos al atardecer
la bebemos al mediodía y a la mañana la bebemos de noche
bebemos y bebemos
cavamos una fosa en los aires allí no hay estrechez
En la casa vive un hombre que juega con las serpientes que
escribe
que escribe al oscurecer a Alemania tu cabello de oro Margarete
lo escribe y sale a la puerta de casa y brillan las estrellas silba
llamando a sus perros
silba y salen sus judíos manda cavar una fosa en la tierra
nos ordena tocad ahora música de baile

Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos de mañana y al mediodía te bebemos al atardecer
bebemos y bebemos
En la casa vive un hombre que juega con las serpientes que
escribe
que escribe al oscurecer a Alemania tu cabello de oro Margarete
Tu cabello de ceniza Sulamita cavamos una fosa en los aires allí
No hay estrechez

Grita cavad más hondo en el reino de la tierra los unos y los
otros cantad y tocad
echa mano al hierro en el cinto lo blande tiene ojos azules
hincad más hondo las palas los unos y los otros volved a tocar
música de baile

Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía y a la mañana te bebemos al atardecer
bebemos y bebemos
un hombre vive en la casa tu cabello de oro Margarete tu cabello
de ceniza Sulamita él juega con serpientes

Grita tocad más dulcemente a la muerte la muerte es un amo de
Alemania
grita tocad más sombríamente los violines luego subiréis como
humo en el aire
luego tendréis una fosa en las nubes allí no hay estrechez

Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía la muerte es un amo de Alemania
te bebemos al atardecer y a la mañana bebemos
y bebemos la muerte es un amo de Alemania su ojo es azul
te alcanza con bala de plomo te alcanza certero
un hombre vive en la casa tu cabello de oro Margarete
azuza sus perros contra nosotros nos regala una fosa en el aire
acosa con las serpientes y sueña la muerte es un amo de
Alemania
tu cabello de oro Margarete
tu cabello de ceniza Sulamita.

viernes, 22 de mayo de 2009

DUERMEVELA (II)

Al hilo de la anterior entrada, he vuelto a leer un relato de Gerard de Nerval titulado “El sueño y la vida”: 'El Sueño es una segunda vida, nos dice Nerval. No he podido cruzar sin estremecerme esas puertas de marfil o de cuerno que nos separan del mundo invisible. Los primeros instantes del dormir son la imagen de la muerte.

Esta historia, más conocida por el nombre de su protagonista, Aurelie, se publicó en dos entregas en la Revue de París, en enero y febrero de 1855, respectivamente. Entre una fecha y otra, Gerard de Nerval se suicidó. Unas horas antes de que su cuerpo ahorcado fuese descubierto en una callejuela de París que ya no existe, dejó a su tía Labrunie una nota que concluía: ‘No me esperes hoy, porque la noche será negra y blanca’. No sabemos que quiso decir Nerval con estas palabras, tal vez se trataba de una velada alusión a su inminente suicidio y a la nevada que caería esa noche sobre la ciudad.

Su despedida fue en realidad la culminación de un proceso que había comenzado mucho antes, un ingreso gradual en la locura que él definió en su relato 'Aurelie' como el derramamiento del sueño en la realidad. ¿Era Nerval o era ya otro quien paseaba por las galerías del Palais Royal con una larga cinta de seda atada a una langosta?

Aunque nunca le interesó demasiado la posteridad, la ganó con apenas una docena de poemas. Uno de ellos incluye su epitafio:


Il était paresseux, à ce que dit l’histoire,
Il laissait trop sécher léncre dans l’escritoire.
Il voulait tout savoir mais il n’a rien connu.

Et quand vint le moment où, las de cette vie,
Un soir d’hiver, en fin l’âme lui fut ravie,
Il s’en alla disant: “Pourquoi suis-je venu?”


(Era holgazán, según lo que de él se ha contado
Siempre dejó secar la tinta demasiado.
Quiso saberlo todo mas nada ha conocido.

Y llegado el momento en que, harto de esta vida,
Una noche de invierno, su alma emprendió la huida,
Se alejó preguntando: “¿Para qué habré venido?”.)

martes, 19 de mayo de 2009

DUERMEVELA

Descubro hojeando uno de mis libros favoritos, la “Guía de lugares imaginarios”, que existe un lugar denominado ‘Ciudad insomne’, situado al norte de Nigeria. Sus habitantes, que ignoran lo que es el sueño, tienen por costumbre no dormir nunca. Si un viajero olvida esta peculiaridad y se deja vencer por el sueño los nativos, creyéndole muerto, se ponen a excavar un sepulcro enorme y, con gran ceremonia, lo sepultan de inmediato. (A.J. N. Tremearne, Hausa Superstitions and Customs).

Como toda cruz tiene su cara, existe otro lugar llamado ‘Nora-Bamma’, una isla del archipiélago de Mardi cuyo nombre significa ‘Isla de los sueños’. Ha sido descrita como un lugar verde, redondo como un turbante mahometano. Está habitada por soñadores, hipocondríacos y sonámbulos. Nadie que llegue a sus costas podrá evitar pagar el tributo de una siesta y los que vayan en busca de sus célebres calabazas de oro, antes de arrancar la primera caerán en un profundo sueño del que sólo despertarán al caer la noche. Los viajeros recorren la isla restregándose los ojos, mientras los saludan los espectros que se mueven a través de la pálida luz del bosque. (Herman Melville. Mardi, and A Voyage Thither)

Se me ocurre un tercer lugar, que la guía no menciona, situado entre el sueño y la vigilia, y en el cual sus habitantes dan intensas cabezadas interrumpidas a intervalos por un inoportuno sentido del deber. De los dos anteriores sólo tengo referencias pero este último lo conozco bien porque suelo pasar en él gran parte de la mañana.

miércoles, 13 de mayo de 2009

GUILHEM de PEITIEU


El primer trovador, aquel que se burló de su cautiverio en Tierra Santa; que fue excomulgado en dos ocasiones, desafiando espada en mano al obispo de Poitiers mientras pronunciaba la fórmula de excomunión, y renunciando más tarde a ajusticiarlo con la excusa de no ayudarle a entrar en el paraíso; que ideó la fundación de una abadía en Niort para reunir a todas sus amantes, entre ellas la vizcondesa de Châtellerault, denominada la Dangerosa, cuya imagen llevaba en su escudo para tener a su lado en la batalla a la que compartía con él otras contiendas; aquél a quien Ezra Pound llamó ‘Séptimo de Poitiers, Noveno de Aquitania’ en uno de sus cantares; el autor de los primeros versos en lengua occitana que han llegado hasta nosotros, imaginó mientras dormitaba a lomos de su caballo la fuga perfecta en forma de poema :

Farai un vers de dreit nien: /Haré un verso sobre absolutamente nada:
non er de mi ni d'autra gen,/ no será sobre mí ni sobre otra gente,
non er d'amor ni de joven,/ no será de amor ni de juventud,
ni de ren au,/ ni de nada más,
qu'enans fo trobatz en durmen/ sino que fue trovado durmiendo
sus un chivau./sobre un caballo.

lunes, 4 de mayo de 2009

Albert Cohen - Franz Kafka



1.Tenía el convencimiento de que cuanto veía existía real y auténticamente, de verdad pero en pequeño, dentro de mi cabeza. Si me hallaba a orillas del mar, estaba seguro de que aquel Mediterráneo que veía existía también en mi cabeza, no la imagen del Mediterráneo sino aquel mismo Mediterráneo, minúsculo y salado, en mi cabeza, en miniatura pero auténtico y con todos sus peces, si bien pequeños, con todas sus olas y un sol abrasador, un mar de verdad con todas sus rocas y todos sus barcos enteros en mi cabeza, con carbón y marineros vivos, cada barco con el mismo capitán del exterior, el mismo capitán pero muy enano y que podría tocarse si tuviera unos dedos lo bastante finos y pequeños. Estaba seguro de que en mi cabeza, circo del mundo, estaba la tierra verdadera con sus selvas, todos los caballos de la tierra pero así de pequeños, todos los reyes en carne y hueso, todos los muertos, todo el cielo con sus estrellas…
(Albert Cohen. El libro de mi madre)

2.Tal cosa por cierto sería como un cuento de hadas, maravilloso, pero en ello reside justamente lo problemático. Es demasiado, tanto no puede conseguirse. Es como si alguien que estuviera preso no sólo guardara la intención de fugarse, cosa que quizá sería alcanzable, sino además y al mismo tiempo, la intención de reconstruir la prisión haciendo de ella un lujoso castillo para sí. Así pues, si realiza la fuga, no podrá reconstruir, y si reconstruye no podrá fugarse.
(Franz Kafka. Carta al padre)

domingo, 3 de mayo de 2009

DE PARÍS A IRLANDA

'Pensar, reflexionar, involucrarse enteramente en una fuga con la firme voluntad de llevarla a cabo, ya te hace sentir libre'.

Lo dice Michel Vaujour, el rey de la fuga, un tipo duro y silencioso que ha pasado en prisión la mitad de sus días. Junto a la sien, aloja una bala que los cirujanos no se atreven a sacarle. Confiesa que la disciplina mental adquirida con el yoga y el ajedrez le ayudó a no enloquecer en las celdas de aislamiento. En una de sus fugas, se marchó por la puerta usando una llave que copió de la original con un molde de cera roja extraída del envoltorio de los quesitos Babybel que le daban en la cena; en otra, a través de la ventana por el clásico método de serrar los barrotes; y en la más célebre, por el aire montado a horcajadas en un patín del helicóptero que pilotaba Nadine, su mujer. Le preguntaron si sentía miedo mientras se alejaba volando de la cárcel de La Santé hacia el cielo de París, y respondió que no, que en realidad había sido uno de los momentos más hermosos de su vida. Lo primero que hizo fue colocarse unos cascos y recitarle un poema a su liberadora.
-¿Qué poema? –pregunta el entrevistador.
-Ya no me acuerdo de eso, hombre. Nunca pienso en el pasado.

Mientras leía la entrevista a Michel, no he podido evitar colarme en su pasado para completar su fuga aérea con mis versos favoritos de W.B. Yeats :

I know that I shall meet my fate
Somewhere among the clouds above;
Those that I fight I do not hate,
Those that I guard I do not love;
My country is Kiltartan Cross,
My countrymen Kiltartan’s poor,
No likely end could bring them loss
Or leave them happier than before.
Nor law, nor duty bade me fight,
Nor public men, nor cheering crowds,
A lonely impulse of delight
Drove to this tumult in the clouds;
I balanced all, brought all to mind,
The years to come seemed waste of breath,
A waste of breath the years behind
In balance with this life, this death.

sábado, 18 de abril de 2009

GERDA TARO, CAZADORA DE LUZ


A Gerda Taro estar viva, mientras miles de milicianos perdían la vida en el frente de batalla, le parecía desleal. Ella tuvo el honor de ser la primera reportera de guerra muerta en acción de combate durante la guerra civil española. El 26 de julio de 1937, pocos días antes de cumplir veintisiete años, mientras regresaba del frente de Brunete subida en el estribo del coche del general Walter, fue embestida por un tanque republicano que perdió el control durante una ofensiva de la aviación nacional. Llegó viva al hospital de El Escorial y falleció horas después en una operación desesperada sin anestesia. Durante esa breve tregua se interesó por su material fotográfico e hizo llegar la noticia de su accidente, vía telegrama, al fotógrafo Robert Capa, quien supo del suceso en París mientras leía un diario en la consulta del dentista.

Gerta Pohorylle, hija de judíos polacos, había emigrado a Francia huyendo de la policía de Hitler. En París conoció al húngaro Endre Ernö Friedman, de quien aprendió el arte de la fotografía. Las imágenes que ambos intentaban colocar en las revistas francesas no les sacaban de la pobreza y Gerda tuvo la oportuna idea de imaginar un fotógrafo americano al cual ellos representarían en el extranjero, en calidad de secretaria y ayudante de laboratorio, respectivamente. Así nació el mítico Robert Capa.

Gerda viajó a españa en cinco ocasiones, en tres de ella acompañada de Friedman y sola las otras dos. La creciente ligereza de los equipos fotográficos permitía a los reporteros trabajar en el corazón de la contienda. Acompañada de su inseparable Rollei Flex, dejó testimonio junto a Friedman de los sucesos sangrientos de aquellos años, primero bajo la firma común de Robert Capa y posteriormente, cuando finalizó la relación sentimental que los unía, con la suya propia. Le llegó un tardío reconocimiento merced a su testimonio gráfico en la primera parte de la batalla de Brunete, antes de caer nuevamente en el olvido. El poeta Alberti la conoció a su regreso de la URSS y fue quien transportó su cuerpo muerto, en un ataúd de madera improvisado, desde el hospital de El Escorial hasta Madrid, antes de su traslado definitivo al cementerio de Père Lachaise.

Corresponde a José Bergamín la mejor definición de Gerda Taro. Para él fue simplemente la cazadora de luz.

domingo, 29 de marzo de 2009

UN MISTERIO DOMÉSTICO


Esta mañana he descubierto que una de las dos figuras de Edgar Allan Poe que adornan mi biblioteca había desaparecido. He supuesto que su ausencia nada tenía que ver con los actos del bicentenario que se celebran por estas fechas, sino más bien con la intervención de uno de mis hijos, que suelen coger a Edgar para jugar con él. El desaparecido es (era, porque ya lo he encontrado) el muñeco de la derecha, el que viste de riguroso luto y tiene una expresión de sufrimiento inspirada en los últimos días del autor. Es uno de mis fetiches literarios. Tiene los brazos y las piernas articulados, como los añorados madelmanes de mi infancia. Confieso que, en ocasiones, también yo juego con él y lo cambio de estante según se tercia. La otra figura que le hace compañía en la balda se presta menos al juego. Con gesto contenido y una mano oculta por el chaleco, parece estar posando para la posteridad.

He estado buscando mi Poe por todas partes a lo largo de la mañana. Cuando Marta me ha preguntado que hacía, se lo he dicho y me ha mirado raro pero luego me ha ayudado en la búsqueda. Después de registrar todos los rincones, mueble-bar incluido (no es que mis hijos lo abran, ha sido una especie de homenaje al protagonista) nos hemos dado por vencidos. Entonces se nos ha acercado Víctor, extrañado por tanto movimiento. Al escuchar el motivo de nuestras andanzas, ha puesto cara de póker y, aunque aún es demasiado pequeño para haber leído “La carta robada”, ha dicho con implacable lógica:
-Y dónde queréis que esté, ¡pues con los otros muñecos!

lunes, 23 de marzo de 2009

UNA CASA PARA SIEMPRE

Para celebrar que Nadna y familia estrenan casa, nada mejor que estos versos de Miquel Martí i Pol:

LA CASA

Deixem que l'herba creixi pels camins
i esborri el pas del vianant cansat.

Tot el que és bell incita a la bellesa.

No dol l'oblit, que en cada gest hi ha tota
la immensitat del voler i el desig
de fer-lo perdurable.

De nosaltres depèn que el pas del temps
no malmeti els senyals que hi ha escrits a les pedres
i que l'hoste que els anys anuncien no trobi
la casa abandonada, i fosca, i trista.

('i hipotecada' , añadiría yo)

sábado, 21 de marzo de 2009

Giovanni Papini - Gustav Janouch


1. En todo hombre, grande o pequeño, hay siempre estiércol y fuego;…y los muy grandes son los que queman aquel elemento innoble para avivar aun más la llama.
(Giovanni Papini. Dante vivo)

2. Eso es muy extraordinario. Bloy posee un fuego que recuerda el ardor de los profetas... Aunque se explica fácilmente, ya que su fuego se alimenta de todo el estiércol de los tiempos modernos.
(Gustav Janouch. Conversaciones con Kafka)

jueves, 12 de marzo de 2009

¿A QUÉ SABE UN NÚMERO DE TELÉFONO?

Releyendo el caso del Sr. S. (A. R. Luria. Pequeño libro de una gran memoria) me convenzo de que su historia resulta más increíble que la del cuento que inspiró a Jorge Luis Borges. En el relato de Borges, Ireneo Funes adquiere, tras una caída accidental, una memoria prodigiosa. Es capaz de recordar cada minucioso detalle de cada impresión que sus ojos registran. (“Recuerda la forma de las nubes australes del amanecer del 30 abril de 1882 y las compara en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que vio una sola vez y con las líneas de espuma que un remo levantó en el Río Negro…”). Su propia cara en el espejo y sus manos lo sorprenden cada vez que las mira. Se ve obligado a permanecer a oscuras para no añadir nuevas imágenes a su memoria atestada e implacable.
El vértigo de Funes es una versión literaria del que empezaba a experimentar el Sr. S. cuando se presentó en el laboratorio del psicólogo Luria allá por 1920. Trabajaba de reportero y le había enviado su jefe de redacción, sorprendido por su capacidad para memorizar los encargos que le hacía.
El Sr. S. experimentaba fenómenos de sinestesia. Cada frase escuchada suscitaba en él una imagen visual y una serie de impresiones simultáneas que le llegaban por distintos canales sensitivos. Para él, cada sonido tenía su propia forma, color y sabor. Las letras y números tenían en su mente misteriosas correspondencias: la “a” era algo largo y blanco; el número “8” tenía un aire inocente, de un azulado lechoso parecido a la cal. Estas impresiones, que evocan la poesía de Rimbaud, no eran en su caso expresiones poéticas sino una mera transcripción de percepciones subjetivas. En uno de los experimentos a que le sometió Luria, un sonido de 50 herzios le indujo la visión de una franja marrón sobre fondo oscuro, al tiempo que en su boca notaba un sabor a sopa agridulce.

Su pensamiento era visual, él veía lo que otros pensaban. Para memorizar largas listas de palabras utilizaba un método particular: visualizaba una calle, con frecuencia de Moscú, y colocaba en su recorrido las imágenes mentales que las palabras le suscitaban, situándolas junto a las casas, los portales y los escaparates de las tiendas. Después le bastaba con recorrer mentalmente la calle para enumerar la lista inicial, que era capaz de reproducir sin titubeos hasta quince años después de la primera memorización.
Las mismas habilidades que le permitieron ganarse la vida como mnemonista profesional, le ocasionaban numerosas dificultades en su vida diaria. Al igual que a Funes, le resultaba difícil memorizar caras. A sus ojos, los cambios de expresión de los rostros los hacía parecer rostros distintos. La simple lectura de un texto agolpaba tal cantidad de imágenes en su cabeza que éstas le impedían seguir el hilo con fluidez. Leer y comer al mismo tiempo se le antojaba imposible porque el sabor de la comida interfería en la comprensión del texto. En una ocasión, al leer un cuento de Gogol en el que se mencionaba un porche, reconoció ese porche como perteneciente a otro cuento del mismo autor y le vino la imagen de los personajes de ambos cuentos juntos bajo ese porche, una especie de comunicación secreta entre las dos historias que Gogol hubiese celebrado.
Esa avalancha de percepciones y de imágenes vívidas le llevaba a confundir en ocasiones su mente con el mundo real. Con sólo imaginarse a sí mismo corriendo detrás de un vehículo en marcha, sus pulsaciones aumentaban hasta alcanzar las propias de una actividad física intensa. El extraño mundo que él Sr. S. habitaba se resume en una de las extravagantes frases que Luria le atribuye en el libro que le dedicó: ‘Puedo recordar un número de teléfono siempre que sepa su sabor’.

sábado, 28 de febrero de 2009

EL ARTE DE LA FUGA

Quien quiere dominar el arte de la fuga primero tiene que encerrarse.
Todo juego del escondite bien jugado tranquiliza a los que juegan confirmándoles que nadie puede escapar, que no hay adónde escapar.
La trasgresión es desaparecer, encontrar un lugar en el que nadie nos vea.
(Phillips. La caja de Houdini)

domingo, 22 de febrero de 2009

Nikolai Gogol - Herman Melville


1. Cuándo y en qué fecha Akaki ingresó en el departamento y quién le nombró para el cargo es algo que nadie recuerda. Entraron y salieron directores y jefes de negociado, pero a él le vieron siempre exactamente en el mismo sitio, exactamente en el mismo cargo, haciendo exactamente el mismo trabajo, a saber, la copia de documentos oficiales, hasta tal punto que con el tiempo se llegó a creer que evidentemente había venido a este mundo ya del todo preparado para esa tarea, con su uniforme de funcionario y la coronilla calva… Un director, que era buenísima persona y deseaba premiarle por su largo servicio, ordenó que se le diera una tarea más importante que la de un copista común y corriente…Aquello, sin embargo, le resultó tan penoso que quedó empapado de sudor y se estuvo enjugando continuamente la frente hasta que dijo por fin: “No, no puedo hacerlo. Lo mejor será que me den algo que copiar”.
(Nikolai Gogol. El capote)

2. Entonces recordé todos los tranquilos misterios que había notado en el hombre. Recordé que sólo hablaba para contestar; que aunque a intervalos tenía tiempo de sobra, nunca lo había visto leer –no, ni siquiera un diario-; que por largo rato se quedaba mirando, por su pálida ventana detrás del biombo, al ciego muro de ladrillos; yo estaba seguro que nunca visitaba una fonda o un restaurante; que nunca salía a ninguna parte; que nunca iba a dar un paseo, salvo, tal vez, ahora; que había rehusado decir quién era, o de dónde venía, o si tenía algún pariente en el mundo; que, aunque tan pálido y tan delgado, nunca se quejaba de mala salud. Y más aún, yo recordé cierto aire de inconsciente, de descolorida -¿cómo diré?- de descolorida altivez, digamos, o austera reserva, que me había infundido una mansa condescendencia con sus rarezas, cuando se trataba de pedirle el más ligero favor, aunque su larga inmovilidad me indicara que estaba detrás de su biombo, entregado a uno de sus sueños frente al muro… Yo podía dar una limosna a su cuerpo, pero su cuerpo no le dolía; tenía el alma enferma, y yo no podía llegar a su alma…
- ¿Quiere contarme algo de usted?
-Preferiría no hacerlo.
(Herman Melville. Bartleby, el escribiente)

domingo, 15 de febrero de 2009

LA FIEBRE DE LOS TULIPANES

A finales del siglo XV el Bosco pintó un óleo titulado: “La extracción de la piedra de la locura”. En él, un cirujano con un embudo en la cabeza abre el cráneo de un hombre para extraer la supuesta piedra, que resulta ser un tulipán. La anécdota del cuadro anticipa los acontecimientos que tuvieron lugar en la patria del pintor un siglo después de su muerte.
En 1554, Ogier Giselin de Busbecq, embajador de los Habsburgo en Constantinopla, envió a la corte vienesa un cargamento de plantones de tulipán. La flor, que en Oriente tenía connotaciones sagradas, se extendió por Europa convirtiéndose en un símbolo de estatus social. En 1593 el botánico Carolus Clusius dejó su trabajo en los jardines imperiales para tomar un cargo de profesor de botánica en la ciudad holandesa de Leiden, llevando consigo una colección de bulbos que acabarían teniendo más protagonismo del deseado. Esa flor elegante y sin aroma encontró en el suelo arenoso holandés, ganado al mar, un terreno idóneo para su cultivo. A principios del XVII los cronistas anotan los primeros efectos de la fiebre del tulipán: en 1608 un pintor cambia su molino por una variedad de bulbo poco frecuente; por esa época, el propietario de una cervecería se deshace de ella a cambio de un tulipán al que bautiza con el nombre de ‘Tulipa brasserie’.
Los bulbos que había introducido Carolas Clusius se aclimataban con facilidad. Un virus transmitido por un parásito propició que se multiplicaran las variaciones en la apariencia de la flor, convirtiendo los iniciales tulipanes monocromos en nuevas variedades de colorido exótico. Se trataba de un exotismo casual, sin control posible por parte de los floricultores. De forma aleatoria, fue determinándose el valor de cada especie. Quien compraba un ejemplar compraba también la posibilidad de una nueva mutación, participando de ese modo en una suerte de lotería floral. La joya de la corona era el ‘Semper augustus’. El valor de este tulipán llegó a ser de 5000 florines, precio equivalente al de una casa con jardín. El propietario del ‘Semper Augustus’ era considerado oficialmente rico y podía permitirse contraer enormes deudas.
Las distintas variedades se cotizaban según el precio variable fijado por el mercado. Con el tiempo, las transacciones fueron haciéndose cada vez más abstractas. No se vendían bulbos sino nombres de bulbos. Como si se tratara de acciones, cambiaban de propietario varias veces al día. Entre el valor real y el precio estipulado para los tulipanes se fue creando una distancia cada vez mayor. Los vendedores no pensaban en las posibilidades de los compradores y éstos parecían cegados por la convicción de que su cotización seguiría subiendo siempre. Se vendían los capullos por adelantado a través de contratos de exclusividad que aseguraban la posesión de la planta cuando ésta existiese, creando un mercado de futuros, un negocio de aire que alcanzó dimensiones de epidemia y se extendió por todos los estratos de la sociedad. Los beneficios de los especuladores eran inmensos pero no en metálico sino en créditos. Fortunas inmensas se gestaban y caían con la misma celeridad.
Las autoridades tomaron medidas para intentar controlar el mercado pero el resultado fue el contrario al deseado. La prohibición provocó que las transacciones ganaran en secretismo. Junto a las voces que apelaban al sentido común aparecían manuales acerca de la especulación con tulipanes. La fiebre del tulipán subió progresivamente de temperatura, enloqueciendo a los habitantes de la mesurada holanda, hasta que llegó el invierno de 1637 y sucedió lo inevitable. Por primera vez, los lotes que salían al mercado no encontraban compradores. El pánico hizo caer los precios en picado. Un drástico decreto de los Estados anuló las convenciones especulativas y fijó el valor máximo de los bulbos de tulipán en 50 florines. Para entonces su precio no era mucho mayor. La ruina económica se cernía sobre un país que tardaría décadas en recuperarse.
El ‘Semper augustus’, representante simbólico de aquella extraña fiebre, no corrió mejor suerte. La última noticia que nos llega de él lo sitúa en la boca de un marinero hambriento que allá por 1695 entró en el sótano de un adinerado comerciante y se comió el bulbo confundiéndolo con una cebolla. Fue condenado a seis meses de prisión.Zbigniew Herbert, en un libro de ensayos póstumo, nos lega la siguiente advertencia: “Si la fiebre de los tulipanes fue algún tipo de epidemia psíquica (y así nos atrevemos a afirmarlo) existe una probabilidad, lindante con la certidumbre, de que algún día, de esta o de otra forma, vuelva a presentarse”.

martes, 27 de enero de 2009

James Joyce - Juan José Arreola

1. Ella dormía profundamente.
Gabriel, apoyado en un codo, miró por un rato y sin resentimiento su pelo revuelto y su boca entreabierta, oyendo su respiración profunda. De manera que ella tuvo un amor así en la vida: un hombre había muerto por su causa. Apenas le dolía ahora pensar en la pobre parte que él, su marido, había jugado en su vida. La miró mientras dormía como si ella y él nunca hubieran sido marido y mujer. Sus ojos curiosos se posaron un gran rato en su cara y su pelo y, mientras pensaba cómo habría sido ella entonces, por el tiempo de su primera belleza, una extraña y amistosa lástima por ella penetró en su alma. No quería decirse a sí mismo que ya no era bella, pero sabía que su cara no era la cara por la que Michael Furey desafió la muerte.
(James Joyce. Los muertos)

2. La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de las apariciones.
(Juan José Arreola. Confabulario personal)

viernes, 9 de enero de 2009

UNA NOCHE EN EL BALBOA


Mi padre me contó, sin darle importancia, que fue uno de los cien elegidos que asistió al concierto que Bill Evans dio en la sala Balboa de Madrid en 1979. Se trataba de una ocasión única, era la primera vez que el pianista tocaba en nuestro país. Y sería la última. Murió en 1980, a los 51 años. Una vida larga comparada con la de otros músicos de jazz.
Mientras mi padre me explicaba sus recuerdos también yo regresaba al Balboa para vivir ese momento mágico. Veía las manos de Bill Evans acariciando el teclado, la cabeza vencida sobre el instrumento con su habitual gesto de concentración. La música era lo único que le unía al público. En sus conciertos encadenaba un tema tras otro, sin molestarse siquiera en presentar a sus acompañantes. Tocaba obsesivamente un tema titulado “Suicide is painless”, como quien repasa una herida para comprobar su presencia. Arrastraba el suicidio reciente de su hermano y el de su mujer, años atrás. La música le mantenía vivo, esa música elegante que durante un tiempo le hizo pasar por pianista de salón, antes de que la crítica le reconociera como uno de los grandes.
En unas líneas escritas para el álbum “Kind of blue”, Bill Evans describe un arte visual japonés que se ejecuta con tinta y con un pincel especial sobre un tenue pergamino. Se trata de una disciplina que no admite elaboración previa, cualquier intento de corrección o duda en el trazo condena irremisiblemente el dibujo. Éste ha de ser fruto exclusivo de la espontaneidad. La idea se transmite en comunicación directa con las manos, sin pasar por la cabeza. Bill Evans compara ese arte con la música que grabó junto al grupo de Miles Davis, sin partituras ni ensayos previos, en uno de los discos más memorables de la historia del jazz.
Poco después abandonaría la sombra alargada de Miles Davis para formar su propio grupo. Mientras tocaba en el Village Vanguard de Nueva York como músico de la casa, gestó un formato de trío que hizo época, redefiniendo la sección rítmica habitual hasta ese momento. En su trío, piano, contrabajo y batería tocaban en igualdad de condiciones, entremezclando improvisaciones en una conversación continua. El ritmo estaba presente sin hacerse explícito, apenas insinuado por el roce de las escobillas en los platillos. ‘Ritmo interiorizado’, lo denominó Bill Evans. Su ejecución requería una compenetración perfecta entre los tres músicos. Seis manos y un solo cuerpo. Parte del mérito corresponde a Scott La Faro y a su innovador estilo con el contrabajo.
Once días después de la grabación de las históricas sesiones en el Village Vanguard, Scott La Faro perdía la vida en accidente de tráfico y Bill Evans se sumía en un lento proceso de autodestrucción que se prolongó durante los veinte años siguientes para culminar pocos meses después de su concierto en el Balboa. Durante esos años, trató de recuperar la magia de su primer trío, ese sonido inaugural al que contribuyó La Faro y que ahora escucho desde mi sofá, entre murmullos de fondo y aplausos de la gente que esa noche llenaba el local. Basta con cerrar los ojos para que me sienta uno más entre el público, cerca del piano de Bill Evans. Y de mi padre.

lunes, 5 de enero de 2009

CARBÓN PARA JOVELLANOS

“Vivimos en un siglo en que la poesía está en descrédito”, confesaba Baltasar Melchor Gaspar María de Jove Llanos y Ramírez a su hermano Francisco, y a continuación procedía a atribuir la culpa a Góngora, que con su poesía hinchada y artificiosa había desviado el hasta entonces recto camino de la lírica. La carta continuaba con una curiosa descripción de lo acontecido en el Siglo de Oro:

“Ningún siglo crió tan prodigioso número de poetas como el pasado; en ninguno tuvo la poesía tan grande estimación... El mismo rey se complacía en hacer versos, y a su imitación no había persona que desdeñase un arte que hallaba estimación hasta en el trono. Pero esto mismo acabó de arruinar la poesía. Todos quisieron ser poetas en un tiempo en que se hacía granjería de los versos; y como para serlo al modo y gusto del tiempo no era menester otra cosa que un poco de ingenio, eran pocos los que no podían ser poetas. Creció ilimitadamente el número de los cultivadores de las Musas, y entre tantos era preciso que hubiese muchos despreciables y extravagantes, y lo que es peor, muchos que hicieron servir el lenguaje de los dioses a su ambición y a su codicia… Con esto empezaron poco a poco a ser aborrecidos o despreciados los poetas, y al fin el descrédito de los poetas se comunicó a la poesía.”

Y Baltasar Melchor Gaspar María de Jove Llanos y Ramírez, que tradujo a Milton y Racine y, entre otros cargos, ostentó en Sevilla el de alcalde del Crimen (merced a sus estudios de derecho canónico), procedió a enderezar el rumbo de la lírica ibérica con estos versos, dedicados a su hermano Francisco:

Se quejan mis clientes
De que pierden sus pleitos, pero en vano.
¿A mí que se me da, si siempre gano?

¿Eres locuaz? Pues métete a letrado:
Miente, cita, vocea, corta y raja,
Y serás, sin pensarlo, afortunado.

Logra tu fin y el medio no te asombre,
Que en esta edad tan cara a maravilla
Sólo cuesta muy poco hacerse hombre.

¡Cuántos no hacen fortuna por el pico!
Y aun sin él, con descaro y con pulmones,
La puede hacer también cualquier borrico.

Atruénalos con fieros latinajos,
Y ensarta acá y allá textos y citas,
Y haz pompa y vanidad de calandrajos.

Que así a tu voz tremenda no hará agravio,
Si por doctrina vierte espumarajos,
Ningún juez que pretenda hacer el sabio.

Nunca al sentido de la ley permitas
Que desluzca tu ingenio y travesura,
Pues lo que a él le das a ti lo quitas.

Pero, si a gloria tu afición te inclina,
Y a meter ruido y a llamar la gente,
darete yo una astucia peregrina:

Échate a canonista osadamente,
Y sabio de la noche a la mañana
Serás, y problemista de repente.
 
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