lunes, 22 de diciembre de 2008

RAYMOND ROUSSEL, VIAJERO INMÓVIL


En el número veinticinco del boulevard Malesherbes, a sólo unas manzanas de la residencia de Marcel Proust, vivió Raymond Roussel. Mientras el primero ocupa un lugar indiscutible en el canon literario occidental, el segundo se mantiene en el limbo de los escritores secretos, a pesar de la convicción de genialidad que le acompañó toda su vida: “Llegaré a cumbres inmensas y nací para una gloria fulgurante. Puede pasar largo tiempo, pero mi gloria será más grande que la de Víctor Hugo o Napoleón…Hay en mí una gloria inmensa en potencia como un obús formidable que no se ha disparado. ¡Qué quiere usted, hay obuses que estallan con dificultad, pero cuando estallan…!”. La certidumbre de su destino glorioso le vino de una crisis que experimentó a los diecinueve años mientras escribía su extenso poema “La doubloure”, descripción realista y minuciosa de los fracasos de un actor sin talento. Roussel concluyó el poema en estado de éxtasis y salió a la calle anticipando un baño de multitudes pero se topó con la indiferencia de la gente. Decepcionado y deprimido, envió un ejemplar del libro a Marcel Proust, quien le contestó en términos veladamente irónicos: “Tiene usted, cosa rara en estos días, inspiración y escribe, sin perder el resuello, un centenar de versos donde otro escribiría diez líneas”. Al parecer, Roussel no se percató de la ironía puesto que incluyó la opinión en una colección de reseñas favorables a su obra.

Hay quien considera a Raymond Roussel el espejo oscuro y distorsionado de Marcel Proust. Jean Cocteau, con quien coincidió en una clínica de desintoxicación, le recuerda en sus memorias en estos términos: “Tenía el pelo, el mostacho, el caminar de Proust”. Ambos eran ricos, burgueses, homosexuales, sentían fascinación por lo vulgar y lo nobiliario, y rendían culto a la infancia perdida. Diferían en la manera de recuperarla: mientras Proust ponía en marcha el flujo de recuerdos a partir de un hecho casual (el sabor de una magdalena; el tintineo de una cuchara), en Roussel el procedimiento era de carácter científico. Martial Canterel, el protagonista de su novela “Locus Solus”, inventa un fluido llamado resurrectina que, aplicado a los cadáveres, les obliga a representar los momentos cruciales de sus vidas.

La obsesión de Roussel fue convertirse en un autor popular, tarea imposible para una obra marginal como la suya. Malgastó la fortuna que había heredado de su familia en costosas ediciones y en adaptaciones teatrales con repartos de lujo. Albergaba la secreta esperanza de recuperar la sensación de gloria fulgurante que había experimentado a los diecinueve años. Como él mismo confesó, sólo conoció el éxito realizando imitaciones de sus conocidos en las reuniones sociales. En un último intento por alcanzar la celebridad, escribió un texto titulado “Comment j’ai écrit certain de mes livres”, en el que ofrecía al público el secreto de sus técnicas de composición literaria. El proceso consistía en elegir dos frases homofónicas, cada una con distinto significado, que colocaba respectivamente al comienzo y al final de la novela (por ejemplo: les lettres du blanc sur les bandes du vieux billard (las letras blancas escritas en las bandas de la vieja mesa de billar) y les lettres du blanc sur les bandes du vieux pillard (las cartas escritas por un hombre blanco acerca de las bandas del viejo bandido)). A continuación, rellenaba el espacio entre una frase y otra con elementos narrativos basados en juegos lingüísticos que terminaban por devorar la historia. Descomponía palabras en sus sonidos originales para formar con los retales palabras nuevas que le proporcionaban la anécdota narrativa. Sus obras poéticas recreaban interminables enumeraciones y descripciones banales y detallistas más propias de un forense que de un escritor. En una de ellas describe hasta la náusea la trayectoria de una serie de pompas de jabón.

La progresiva complejidad de sus métodos acabó convirtiendo en interminable cualquier nuevo proyecto que emprendía. Las cincuenta páginas de su poema “Nuevas impresiones de África”, cuajado de paréntesis y notas a pie de página, le llevaron quince años de trabajo. “Sangro – decía- en cada frase”. Se imponía como condición imprescindible que la obra no contuviese nada real, ninguna observación del mundo, excepto combinaciones totalmente imaginarias (“Chez moi l’imagination c’est tout”). Su concepción de la belleza literaria daba lugar a construcciones delirantes, como la celebrada escena de su novela “Impresiones de África”, en que aparece una estatua con corsé de ballenas que se desplaza sobre rieles de bofe de ternera. Extendía los juegos de palabras a los títulos de las obras: ‘impressions à fric’ alude a los ejemplares de un libro cuya edición ha costeado el propio autor. Lo extraño de sus composiciones le ganó la atención de los surrealistas, que intentaron incluirlo en su grupo. Roussel nunca se identificó con ellos. No entendía sus libros, que le parecían oscuros. En su actitud no había pose, era de una extrema ingenuidad. Hombre sumamente cortés y formal, en las reuniones sociales sometía a un interrogatorio previo a sus interlocutores para evitar temas que pudieran provocar una discusión posterior.

Roussel era vanguardista, sin serlo, y viajaba sin viajar, más motivado por precedentes literarios que por conocer países. Preguntado acerca de las puestas de sol en los mares del sur, replicó que no había tenido tiempo de contemplarlas puesto que estaba muy ocupado trabajando en su camarote. Dedicó dos años de su vida a dar la vuelta al mundo. En sus viajes le acompañaba su madre, quien solía incluir en su equipaje un ataúd por si la muerte le sorprendía en el camino. Roussel presumía de no haber obtenido en sus viajes ningún material para sus libros. En su afán por aislarse de su entorno, diseñó un vehículo de nueve metros de longitud, precedente de las modernas autocaravanas, con cuarto de estar, alcoba, estudio, baño y dormitorio para 3 empleados domésticos. Durante su estancia en Roma, Mussolini y el Papa se entusiasmaron con el vehículo. Viajaba con las cortinas echadas, indiferente a los paisajes, inmerso en su ración diaria de lectura de sus autores favoritos, Pierre Loti y Julio Verne. De éste último consideraba extrañamente que había alcanzado las cimas más altas del verbo humano. Para favorecer su aislamiento, patentó un método basado en el vacío que mejoraba la comodidad de hogares y vehículos. Sus extravagancias se extendían también a otros ámbitos. Alternaba días de ayuno con otros en los que condensaba en una sesión las tres comidas del día, empezando a las doce y media con el desayuno para acabar con la comida principal cinco horas más tarde. A la hora de vestir seguía unos rituales concretos que consistían en usar una sola vez el mismo alzacuello, tres veces cada corbata, y quince cada traje, cada abrigo y cada par de tirantes. Para asegurarse de no errar cosía un cuadradito de tela en el forro de la prenda, donde llevaba la cuenta de los usos. Sus opiniones no eran menos extravagantes. Sopesaba seriamente la conveniencia de prohibir los concursos de natación y de dictar leyes severas contra el desnudo. Le entristecían los progresos en la mecánica y la pérdida de lo que él denominaba ‘lo inaccesible’. “Todo lo nuevo me perturba”, confesaba a sus íntimos. En los últimos años de su vida, agobiado por sus dificultades para concluir los proyectos literarios que iniciaba, se interesó por el ajedrez y llegó a desarrollar la ‘formule Raymond Roussel’, técnica que conduce al jaque mate con los movimientos de dos piezas, un caballo y un alfil.

A medida que menguaban sus recursos económicos, que a su vez le permitían mantener las condiciones de aislamiento que precisaba para llevar a cabo su obra, Roussel presentía la proximidad del final. En 1933 dejó sus asuntos resueltos y viajó a Palermo. Se hospedó en el mismo hotel en que Wagner había compuesto Parsifal. Durante su estancia intentó quitarse la vida. Al no conseguirlo, se dedicó a ofrecer cantidades de dinero progresivamente mayores a su ayuda de cámara para que hiciese el trabajo por él. Tenía pánico a caerse de la cama y dormía con el colchón en el suelo. Intentaron convencerlo para que acudiese a la clínica suiza del doctor Binswanger para tratar su adicción a los barbitúricos. Tres días antes de la fecha de ingreso encontraron la puerta de su habitación bloqueada. Al abrirla, tropezaron con el cuerpo sin vida de Roussel. Durante la agonía había eyaculado.

Se sabe que su deseo era ser enterrado bajo una losa de mármol con el epitafio: “Raymond Roussel, cuñado del príncipe de Moskova”.Ni tan siquiera logró que se respetase su última rareza.



lunes, 15 de diciembre de 2008

Eugenio Montale - Ambrose Bierce


1. Toda ganancia, todo progreso del hombre lleva aparejadas pérdidas equivalentes en otras direcciones, permaneciendo invariable el total de toda posible felicidad humana.
(Eugenio Montale. En nuestro tiempo)

2. Felicidad: agradable sensación producida al contemplar la desdicha ajena
(Ambrose Bierce. El diccionario del diablo)


martes, 2 de diciembre de 2008

APAGA Y VÁMONOS

Nietzsche anunció la muerte de Dios. Freud descubrió que ni siquiera nuestros actos nos pertenecen. Y, para colmo, abro hoy las páginas de un diario y me encuentro con las siguientes declaraciones de un tal Sr. Amat: "La contabilidad es una disciplina subjetiva, pero la gente aún no lo sabe".
 
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