lunes, 22 de diciembre de 2008

RAYMOND ROUSSEL, VIAJERO INMÓVIL


En el número veinticinco del boulevard Malesherbes, a sólo unas manzanas de la residencia de Marcel Proust, vivió Raymond Roussel. Mientras el primero ocupa un lugar indiscutible en el canon literario occidental, el segundo se mantiene en el limbo de los escritores secretos, a pesar de la convicción de genialidad que le acompañó toda su vida: “Llegaré a cumbres inmensas y nací para una gloria fulgurante. Puede pasar largo tiempo, pero mi gloria será más grande que la de Víctor Hugo o Napoleón…Hay en mí una gloria inmensa en potencia como un obús formidable que no se ha disparado. ¡Qué quiere usted, hay obuses que estallan con dificultad, pero cuando estallan…!”. La certidumbre de su destino glorioso le vino de una crisis que experimentó a los diecinueve años mientras escribía su extenso poema “La doubloure”, descripción realista y minuciosa de los fracasos de un actor sin talento. Roussel concluyó el poema en estado de éxtasis y salió a la calle anticipando un baño de multitudes pero se topó con la indiferencia de la gente. Decepcionado y deprimido, envió un ejemplar del libro a Marcel Proust, quien le contestó en términos veladamente irónicos: “Tiene usted, cosa rara en estos días, inspiración y escribe, sin perder el resuello, un centenar de versos donde otro escribiría diez líneas”. Al parecer, Roussel no se percató de la ironía puesto que incluyó la opinión en una colección de reseñas favorables a su obra.

Hay quien considera a Raymond Roussel el espejo oscuro y distorsionado de Marcel Proust. Jean Cocteau, con quien coincidió en una clínica de desintoxicación, le recuerda en sus memorias en estos términos: “Tenía el pelo, el mostacho, el caminar de Proust”. Ambos eran ricos, burgueses, homosexuales, sentían fascinación por lo vulgar y lo nobiliario, y rendían culto a la infancia perdida. Diferían en la manera de recuperarla: mientras Proust ponía en marcha el flujo de recuerdos a partir de un hecho casual (el sabor de una magdalena; el tintineo de una cuchara), en Roussel el procedimiento era de carácter científico. Martial Canterel, el protagonista de su novela “Locus Solus”, inventa un fluido llamado resurrectina que, aplicado a los cadáveres, les obliga a representar los momentos cruciales de sus vidas.

La obsesión de Roussel fue convertirse en un autor popular, tarea imposible para una obra marginal como la suya. Malgastó la fortuna que había heredado de su familia en costosas ediciones y en adaptaciones teatrales con repartos de lujo. Albergaba la secreta esperanza de recuperar la sensación de gloria fulgurante que había experimentado a los diecinueve años. Como él mismo confesó, sólo conoció el éxito realizando imitaciones de sus conocidos en las reuniones sociales. En un último intento por alcanzar la celebridad, escribió un texto titulado “Comment j’ai écrit certain de mes livres”, en el que ofrecía al público el secreto de sus técnicas de composición literaria. El proceso consistía en elegir dos frases homofónicas, cada una con distinto significado, que colocaba respectivamente al comienzo y al final de la novela (por ejemplo: les lettres du blanc sur les bandes du vieux billard (las letras blancas escritas en las bandas de la vieja mesa de billar) y les lettres du blanc sur les bandes du vieux pillard (las cartas escritas por un hombre blanco acerca de las bandas del viejo bandido)). A continuación, rellenaba el espacio entre una frase y otra con elementos narrativos basados en juegos lingüísticos que terminaban por devorar la historia. Descomponía palabras en sus sonidos originales para formar con los retales palabras nuevas que le proporcionaban la anécdota narrativa. Sus obras poéticas recreaban interminables enumeraciones y descripciones banales y detallistas más propias de un forense que de un escritor. En una de ellas describe hasta la náusea la trayectoria de una serie de pompas de jabón.

La progresiva complejidad de sus métodos acabó convirtiendo en interminable cualquier nuevo proyecto que emprendía. Las cincuenta páginas de su poema “Nuevas impresiones de África”, cuajado de paréntesis y notas a pie de página, le llevaron quince años de trabajo. “Sangro – decía- en cada frase”. Se imponía como condición imprescindible que la obra no contuviese nada real, ninguna observación del mundo, excepto combinaciones totalmente imaginarias (“Chez moi l’imagination c’est tout”). Su concepción de la belleza literaria daba lugar a construcciones delirantes, como la celebrada escena de su novela “Impresiones de África”, en que aparece una estatua con corsé de ballenas que se desplaza sobre rieles de bofe de ternera. Extendía los juegos de palabras a los títulos de las obras: ‘impressions à fric’ alude a los ejemplares de un libro cuya edición ha costeado el propio autor. Lo extraño de sus composiciones le ganó la atención de los surrealistas, que intentaron incluirlo en su grupo. Roussel nunca se identificó con ellos. No entendía sus libros, que le parecían oscuros. En su actitud no había pose, era de una extrema ingenuidad. Hombre sumamente cortés y formal, en las reuniones sociales sometía a un interrogatorio previo a sus interlocutores para evitar temas que pudieran provocar una discusión posterior.

Roussel era vanguardista, sin serlo, y viajaba sin viajar, más motivado por precedentes literarios que por conocer países. Preguntado acerca de las puestas de sol en los mares del sur, replicó que no había tenido tiempo de contemplarlas puesto que estaba muy ocupado trabajando en su camarote. Dedicó dos años de su vida a dar la vuelta al mundo. En sus viajes le acompañaba su madre, quien solía incluir en su equipaje un ataúd por si la muerte le sorprendía en el camino. Roussel presumía de no haber obtenido en sus viajes ningún material para sus libros. En su afán por aislarse de su entorno, diseñó un vehículo de nueve metros de longitud, precedente de las modernas autocaravanas, con cuarto de estar, alcoba, estudio, baño y dormitorio para 3 empleados domésticos. Durante su estancia en Roma, Mussolini y el Papa se entusiasmaron con el vehículo. Viajaba con las cortinas echadas, indiferente a los paisajes, inmerso en su ración diaria de lectura de sus autores favoritos, Pierre Loti y Julio Verne. De éste último consideraba extrañamente que había alcanzado las cimas más altas del verbo humano. Para favorecer su aislamiento, patentó un método basado en el vacío que mejoraba la comodidad de hogares y vehículos. Sus extravagancias se extendían también a otros ámbitos. Alternaba días de ayuno con otros en los que condensaba en una sesión las tres comidas del día, empezando a las doce y media con el desayuno para acabar con la comida principal cinco horas más tarde. A la hora de vestir seguía unos rituales concretos que consistían en usar una sola vez el mismo alzacuello, tres veces cada corbata, y quince cada traje, cada abrigo y cada par de tirantes. Para asegurarse de no errar cosía un cuadradito de tela en el forro de la prenda, donde llevaba la cuenta de los usos. Sus opiniones no eran menos extravagantes. Sopesaba seriamente la conveniencia de prohibir los concursos de natación y de dictar leyes severas contra el desnudo. Le entristecían los progresos en la mecánica y la pérdida de lo que él denominaba ‘lo inaccesible’. “Todo lo nuevo me perturba”, confesaba a sus íntimos. En los últimos años de su vida, agobiado por sus dificultades para concluir los proyectos literarios que iniciaba, se interesó por el ajedrez y llegó a desarrollar la ‘formule Raymond Roussel’, técnica que conduce al jaque mate con los movimientos de dos piezas, un caballo y un alfil.

A medida que menguaban sus recursos económicos, que a su vez le permitían mantener las condiciones de aislamiento que precisaba para llevar a cabo su obra, Roussel presentía la proximidad del final. En 1933 dejó sus asuntos resueltos y viajó a Palermo. Se hospedó en el mismo hotel en que Wagner había compuesto Parsifal. Durante su estancia intentó quitarse la vida. Al no conseguirlo, se dedicó a ofrecer cantidades de dinero progresivamente mayores a su ayuda de cámara para que hiciese el trabajo por él. Tenía pánico a caerse de la cama y dormía con el colchón en el suelo. Intentaron convencerlo para que acudiese a la clínica suiza del doctor Binswanger para tratar su adicción a los barbitúricos. Tres días antes de la fecha de ingreso encontraron la puerta de su habitación bloqueada. Al abrirla, tropezaron con el cuerpo sin vida de Roussel. Durante la agonía había eyaculado.

Se sabe que su deseo era ser enterrado bajo una losa de mármol con el epitafio: “Raymond Roussel, cuñado del príncipe de Moskova”.Ni tan siquiera logró que se respetase su última rareza.



lunes, 15 de diciembre de 2008

Eugenio Montale - Ambrose Bierce


1. Toda ganancia, todo progreso del hombre lleva aparejadas pérdidas equivalentes en otras direcciones, permaneciendo invariable el total de toda posible felicidad humana.
(Eugenio Montale. En nuestro tiempo)

2. Felicidad: agradable sensación producida al contemplar la desdicha ajena
(Ambrose Bierce. El diccionario del diablo)


martes, 2 de diciembre de 2008

APAGA Y VÁMONOS

Nietzsche anunció la muerte de Dios. Freud descubrió que ni siquiera nuestros actos nos pertenecen. Y, para colmo, abro hoy las páginas de un diario y me encuentro con las siguientes declaraciones de un tal Sr. Amat: "La contabilidad es una disciplina subjetiva, pero la gente aún no lo sabe".

domingo, 30 de noviembre de 2008

E. M. Cioran - R.M. Rilke


1.¿La melancolía? Ser enterrado vivo en la agonía de una rosa
(E.M. Cioran: El ocaso del pensamiento)

2. Rosa, oh contradicción pura, placer,
Ser el sueño de nadie bajo tantos
Párpados
(Epitafio de R.M. Rilke)

miércoles, 26 de noviembre de 2008

PESSOA Y CROWLEY JUEGAN AL AJEDREZ


Desde la cubierta del vapor Alcántara se distinguía con nitidez el perfil de la costa. El día estaba despejado. Aleister Crowley aguardaba impaciente su llegada a Lisboa para reunirse con el poeta Fernando Pessoa. Sin previo aviso, una espesa niebla descendió sobre el puerto de Vigo retrasando la salida del barco. Crowley intuyó la mano de Pessoa manejando los hilos de la caprichosa climatología. Cuando se presentó ante él, envuelto en una capa negra, le reprochó sus malas artes. Pessoa, experto fingidor, aguantó el tipo como pudo.

Ese primer encuentro tuvo lugar en el mes de septiembre de 1930 y fue un paso más en la relación entre ambos, inicialmente epistolar. La primera carta la envió Pessoa. Sus conocimientos astrológicos le habían permitido detectar un error de cálculo en la carta astral de Crowley, elaborada por él mismo y publicada en sus confesiones. Por entonces, Crowley (conocido también como Master Therion; Lord Boleskine; y Príncipe Chioa Khan) ya había sido expulsado de la orden esotérica Golden Dawn, acusado de practicar magia negra. La acusación se basó en el testimonio del poeta W. B. Yeats, que aseguraba haberle visto clavando alfileres en figuras de cera. Pessoa, que conocía suficientes detalles de la personalidad del hombre que se denominó a sí mismo el más malvado del siglo, recibió con inquietud la noticia de su visita. Queda constancia de que ambos se frecuentaron y practicaron ajedrez durante los dos meses que Crowley permaneció en el país.

El 25 de octubre el periódico ‘Noticias ilustradas’ daba cuenta de la misteriosa desaparición del invitado de Pessoa. El periodista que publicaba la noticia había encontrado una cigarrera y una carta en la carretera de la Boca do Inferno, un acantilado cercano a la población de Cascais. La carta iba dirigida a la amante de Crowley, Anni L. Jaeger, que le había acompañado en el viaje, y contenía el siguiente mensaje: “No puedo vivir sin ti. La otra Boca del Infierno me agarrará. No será tan caliente como la tuya”. Estas frases hicieron pensar a algunos en un suicidio pasional. Durante la investigación policial Pessoa fue citado a declarar, ayudó a interpretar la carta y reconoció la cigarrera como perteneciente a Crowley. Agentes de Scotland Yard desplazados a Lisboa averiguaron que el mago inglés había abandonado el país por la frontera de Vilar Formoso el 23 de octubre, tres días después de que su amante tomase un vapor rumbo a Alemania, a todas luces tras una discusión sentimental. Durante el interrogatorio, el mistificador Pessoa aseguró haber visto al mago en el centro de Lisboa al menos dos veces durante el día 24, puntualizando que no tenía claro si se trataba del Crowley de carne y hueso o bien de su cuerpo astral. Lo cierto es que el cuerpo de Crowley aguantó vivo otros 27 años para acabar sus días en una casa de huéspedes. Falleció de un ataque de asma. En la ceremonia de incineración se leyó su ‘Himno a Pan’, que Pessoa había traducido al portugués.

Una placa recuerda, en el acantilado de la Boca do Inferno , las circunstancias de la desaparición de Crowley. Pero algo más valioso queda de aquella historia: la novela inacabada de Pessoa sobre el supuesto suicidio, un manuscrito de centenares de páginas que forma parte de su legado inédito. A todos aquellos que reniegan de los números redondos les alegrará saber que 78 años y 19 días después de la desaparición del mago, la casa de remates Potasio 4 subastó en Lisboa una parte de dicho legado. El dossier Crowley fue adjudicado por su precio de salida, 50.000 euros, a través de una llamada telefónica. La misma cifra que un coleccionista anónimo pagó por el mítico arcón de madera que custodiaba los escritos más importantes de Pessoa.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Knut Hamsun - Franz Kafka


1. Tenía el aspecto de un gran insecto cojo que quería hacerse a la fuerza un sitio en el mundo.
(Knut Hansum. Hambre)

2. Y aunque debido a su herida Gregor había sufrido, probablemente para siempre, una merma en su capacidad de movimiento, y de momento necesitaba, como un viejo inválido, muchos y largos minutos para cruzar su habitación -imposible pensar ahora en trepar a las alturas-, a cambio de este empeoramiento de su estado recibió una compensación, según él más que suficiente, y era que siempre, al anochecer, se abría la puerta de la sala de estar, que él ya solía observar fijamente entre una y dos horas antes, de modo que, tumbado en la penumbra de su habitación y sin ser visto desde la sala de estar, podía ver a toda la familia sentada a la mesa iluminada y escuchar su conversación, en cierto modo con el consentimiento general.
(Franz Kafka. La transformación)

martes, 18 de noviembre de 2008

HENRY JAMES, PREMONITORIO

Basándose en un suceso real, una carta que una dama escribe a un diario de Nueva York, cuyo contenido revela información personal sobre algunos miembros de la sociedad veneciana, de cuya hospitalidad la dama había gozado, Henry James imagina el argumento de un relato que esboza a grandes rasgos a lo largo de varias páginas de su diario. Llega a la conclusión de que hay una dificultad final en su planteamiento: cómo encontrar en Europa, donde la publicidad ha calado demasiado en las costumbres sociales, gente capaz de estremecerse ante el indiscreto comportamiento de la dama. Concluye que vivimos en un mundo en el cual la gente escribe a los periódicos por cualquier motivo. “Esa manía publicitaria constituye uno de los signos más sorprendentes de nuestra época…El dibujo que uno haga de su tiempo será imperfecto mientras no aborde ese tema particular: la intromisión; la impudicia y la desvergüenza de periódicos y entrevistadores, la devoradora publicidad de la vida, la extinción de todo sentido de la distancia entre lo público y lo privado”.
Nada que añadir, salvo la fecha de esta entrada de su diario: 17 de noviembre de 1887

domingo, 16 de noviembre de 2008

Gonzalo Suárez - Max Aub


1. Y mis dedos atenazaron dulcemente su cuello.
-No quiero asesinarte-le advertí-. Sólo quiero recordar…
(Gonzalo Suárez. El asesino triste)


2. Lo maté sin darme cuenta. No creo que fuera la primera vez.
(Max Aub. Crímenes ejemplares)

miércoles, 5 de noviembre de 2008

CONAN DOYLE Y EL ARTISTA DE LA FUGA

El personaje que ocupa el centro de la foto se llamaba Erik Weisz pero todos le conocemos por Houdini, el gran artista de la fuga. Le acompaña en la imagen el matrimonio Conan Doyle. La foto fue tomada en Atlantic City en 1922, poco antes de que los tres participaran en una sesión de espiritismo dirigida por Lady Jean, la esposa del escritor. La madre de Houdini había fallecido poco antes y la sesión se presentó como una oportunidad para contactar con ella desde el más allá. Lady Jean escribió en trance quince páginas dictadas por el espectro de la madre de Houdini. A éste le extrañó que el mensaje llegara en inglés, teniendo en cuenta que su madre sólo hablaba yiddish. Sir Arthur salió del paso argumentando que en las conversaciones ultraterrenas la traducción simultánea era habitual, explicación que no acabó de convencer al escapista.


La amistad entre ambos se remonta a dos años atrás. Aprovechando una visita a Inglaterra, Houdini obsequió al escritor escocés con uno de sus libros: “The unmasking of Robert Houdini”. En él, unos de los hermanos Davenport, famosos en el siglo XIX por sus números de fuga y espiritismo, manifestaba que todo su trabajo era una hábil manipulación. Esta declaración indignó a Conan Doyle. Lo que parecía una amistad sostenida en la mutua admiración tomó a partir de entonces un rumbo inesperado. El padre de Sherlock Holmes se empeñó en convertir a Houdini a la causa espiritista; Houdini, por su parte, se obcecó en demostrar al escritor que el espiritismo era una patraña. En las semanas posteriores a su primer encuentro intercambiaron diez cartas dejando claras sus posiciones respectivas. Houdini, pese a sentirse adulado por el interés de su interlocutor, no dudó en desenmascarar de forma inmisericorde a los médiums que dirigían las sesiones de espiritismo organizadas por el escocés. Conan Doyle visitó los EEUU para dar una serie de conferencias y ambos volvieron a coincidir. Durante un viaje en taxi, Houdini se arrancó la primera articulación del pulgar, la mostró separada del resto del dedo y volvió a colocarla en su lugar. El truco de parvulario provocó que Lady Doyle casi se desmayara, mientras Sir Arthur se asombraba para sí de los extraordinarios poderes de su amigo.


A la larga, la cruzada antiespiritista de Houdini terminó con una prometedora amistad. El mago comenzó a cartearse con el departamento de psicología de la Universidad de Harvard ofreciendo sus servicios. Por esas mismas fechas, Conan Doyle proclamaba entusiasmado la existencia de las hadas, aclarando que habían sido fotografiadas con película Kodak por dos adolescentes de Yorkshire. No sabemos que pensó Houdini de estas alarmantes declaraciones pero sí hay constancia de una carta que el escritor le envió posteriormente, en la cual se puede leer esta frase vagamente intimidatoria: 'Creo que el día de la paga general va a llegar pronto'.


Houdini falleció la noche de Halloween de 1926. Se habló de una peritonitis pero muchos pensaron en una conspiración del círculo espiritista. Décadas después, sus descendientes trataron de exhumar el cadáver para encontrar pruebas de un posible envenenamiento. Para entonces, Conan Doyle estaba ya criando malvas. Tal vez en los últimos años de su vida se consoló pensando que si Houdini regresaba de la tumba para vengarse, al menos eso demostraría que él estaba en lo cierto.




viernes, 31 de octubre de 2008

Enrique Vila-Matas - Robert Walser


1. ¡Partir de viaje! Hay muchas formas de llegar, señor párroco. Pero la mejor de todas es no partir.
(Enrique Vila-Matas. Exploradores del abismo)


2. ¿Acaso la naturaleza viaja al extranjero?
(Robert Walser. Los hermanos Tanner)

jueves, 30 de octubre de 2008

VOCACIONES

Anthony Trollope sustentaba la teoría de que era posible criar a un niño para ser novelista. Basándose en este principio crió a su hijo, y el joven llegó a ser granjero en Australia.

viernes, 17 de octubre de 2008

Edgar allan Poe - Henry James


1. Y allí, entre la confusión que aumentaba por momentos, persistí en mi persecución del desconocido. Pero, como de costumbre, el andaba de un lado para otro, y durante todo el día no salió del torbellino de aquella calle. Y cuando las sobras de la segunda noche iban llegando, me sentí mortalmente cansado, y deteniéndome bien de frente al errabundo, lo miré con decisión a la cara. No reparó en mí, y reanudó su solemne paseo, en tanto que yo, dejando de seguirlo, permanecí absorto en aquella contemplación.
-Este viejo –dije por fin- es el tipo y el genio del crimen profundo. Se niega a estar solo.
(Edgar Allan Poe. El hombre de la multitud)

2. El hombre que se ha tomado miedo a sí mismo cuando está solo –un miedo vago a su propia compañía, su personalidad, su disposición, su carácter, su presencia, su destino; y por lo tanto se sumerge en la sociedad, el ruido, el bullicio, el sentido de la diversión, la distracción y la protección relacionada con la presencia de los otros.
(Henry James. Cuadernos de notas)


domingo, 12 de octubre de 2008

TO BIX OR NOT TO BIX


León ‘Bix’ Beiderbecke nació el 10 de marzo de 1903 en Davenport (Iowa), un puerto del Mississipi a mil seiscientos kilómetros río arriba de la cuna del jazz. Se crió entre campos de maíz, lejos de los pasacalles y de las bandas de metal que acompañaban los entierros en el mítico barrio de Storyville. Las crónicas le describen como un chico orejudo y malhablado con talento para la música. La vocación le vino de su abuelo, director de una sociedad coral a finales del siglo diecinueve. A los siete años inició estudios de piano. Por esa época el ‘Davenport Chronicle’ publicó un artículo que ponderaba la habilidad del pequeño Bix para tocar de oído. Sus padres soñaban con un futuro pianista de concierto pero Bix era incapaz de aprender solfeo. Ni en sus años de madurez (si ese término puede aplicarse a alguien que murió a los 28) logró aprender a leer música con fluidez.

En torno a 1918 sucedió algo que cambió su vida: su hermano mayor entró en casa un gramófono Columbia con grabaciones de la ‘Original Dixieland Jazz Band’. Se le metió en las venas esa música desenfadada y pegadiza que traían los barcos fluviales que llegaban a la ciudad. En plena fiebre, reunió a su familia y les comunicó que abandonaba los estudios de piano para dedicarse al jazz. Sus padres, con buen criterio, le comunicaron a su vez que procedían a internarlo en la academia militar Lake Forest para hacer de él un hombre de provecho. Obedientemente, Bix ingresó. Dado que prefería las cornetas que tocaban en los locales nocturnos de la vecina Chicago a la que daba el toque de queda en el cuartel, no tardó en ser expulsado y devuelto a casa. El viaje no fue en balde. El sonido frío de los músicos de Chicago influyó de forma decisiva en su estilo, más suave y sosegado que el de los negros de Nueva Orleáns.

Con veintiún años ya era la estrella de los Wolverines, un grupo que tocaba en locales del medio oeste. En el saxofonista Frankie Trumbauer encontró su complemento ideal. El espigado y lacónico Trumbauer junto al pequeño y parlanchín Bix, que se metía en todos los charcos y sentenciaba sin rubor, ante quien quisiera oírlo, que Proust perdía con las traducciones. Juntos tocaron en algunas de las mejores orquestas comerciales de la época. Los solos de Bix, encorsetados por el sonido global de la orquesta, no lograban remontar el vuelo. Encerrado entre partituras, el muchacho de Iowa no se sentía libre. Era en los grupos pequeños donde daba lo mejor de sí. Ocupando el escenario con una pose de estudiada despreocupación, iniciaba una vez tras otra su relajado fraseo que a Eddie Condon se le antojaba semejante a ‘una chica diciendo sí’. Su sonido, brillante como una moneda nueva, estaba en las antípodas del estilo sucio y desenfrenado que encumbró a Louis Armstrong. A Bix no le interesaban la sordina, el vibrato, ni las acrobacias. Prefería elegir las notas una a una, cuidadosamente, como si seleccionara granos de café, para luego lanzarlas con una ataque firme desde el pabellón de su corneta.

Durante el periodo 1925-1929 grabó una serie de temas que se convirtieron pronto en referentes del jazz clásico. Quienes escucharon su música sostienen que el sonido plano de esas grabaciones primitivas, realizadas con un solo micrófono, empaña la textura sonora y las sutilezas de la obra de Bix. Pero es lo que nos queda de él, y no es poco. El seis de agosto de 1931 una neumonía, complicada por el alcohol y los excesos, acababa con su vida en la ciudad de Nueva York.

Para entonces, su interés por la música seria le había llevado a un callejón sin salida. Inspirándose en Debussy, había elaborado una serie de improvisaciones basadas en la expansión de la armonía convencional, empleando escalas y acordes de tonalidades infrecuentes en el jazz. Pero sus limitados conocimientos de solfeo le impedían trasladar al papel las ideas que bullían en su cabeza. Apenas dejó un puñado de composiciones para piano, entre ellas la sugerente ‘In a Mist’.

Hay quien piensa que le hubiera ido mejor de haber estado más dotado, o de haberlo estado menos. Su afán era lograr un sonido puro de claridad absoluta, el perfecto equilibrio entre emoción y lógica. Al final de esa búsqueda, la inspirada espontaneidad de su corneta y la disciplina estructural de la música clásica se fundirían en un sonido nuevo con lo mejor de los dos mundos. Pero Bix se quedó en el camino. Murió sin saber que, en realidad, la música seria que pretendía ya había quedado grabada en los surcos de pizarra de los discos que registraron sus memorables solos de corneta.

viernes, 10 de octubre de 2008

Andrew Marvell - Jorge Luis Borges



1. My vegetable love should grow
Vaster than empires and more slow
(Andrew Marvell. To his coy mistress)


2. …pienso en los días y las noches de Brama, en los períodos cuyo inmóvil reloj es una pirámide, muy lentamente desgastada por el ala de un pájaro, que cada mil y un años la roza… (J.L. Borges. Historia de la eternidad)

domingo, 5 de octubre de 2008

ECO


Como casi todo, también la paternidad tiene para mí su imagen literaria. Pertenece al último capítulo de las memorias de Vladimir Nabokov. “Van pasando, pasan, pasan, deslizándose los años… y con el tiempo nadie sabrá lo que tú y yo sabemos. Crece nuestro hijo…”. Ese capítulo, que ahora releo, continúa con la descripción de una fría mañana de mayo: son las cinco de la madrugada (también mi hijo Víctor nació sobre esa hora), el narrador camina de vuelta a casa dejando atrás una clínica de maternidad. Un amanecer transparente ha desenfundado por completo un lado de la calle vacía. Lo que ve a su alrededor le resulta novedoso pese a serle conocido. La novedad tiene que ver con los juegos de luces que depara la hora, pero también con el hecho de que en las anteriores ocasiones en que había recorrido esa calle aún no era padre. Se dirige a su esposa Vera para recordarle los pequeños detalles que todos los padres descubren, cifradas para él en la perfecta forma de las uñas en miniatura de una mano, abierta como una estrella de mar sobre la de su madre… Y el capítulo continúa, en un éxtasis vegetal, con la descripción minuciosa de los jardines europeos que visitaron juntos Vladimir y Vera mientras su hijo crecía.

En el interior del ejemplar de “Habla, memoria” que consulto para escribir estas líneas, entre las páginas del último capítulo, encuentro la cara de mi hija recortada sobre fondo negro. No me mira porque está dormida. Asoma la cabeza por encima de su hombro izquierdo, rodeada de oscuridad como una luna en cuarto menguante. Aún faltan tres meses para que abandone el vientre de su madre y por su plácida expresión parece no tener prisa. Puse ahí esa temprana fotografía robada al sueño como un homenaje íntimo a mi exiliado favorito. Me pregunto qué hubiese visto él en ese rostro en sombras, qué combinaciones de palabras le hubiese inspirado la cara de mi hija aún por nacer.

martes, 30 de septiembre de 2008

VERMEER Y EL TIEMPO PERDIDO

Lo primero que llama nuestra atención cuando nos acercamos, bordeando el canal, a la iglesia vieja de Delft es la inclinación de su torre. En su arriesgado desprecio por la gravedad nada tiene que envidiar a la de Pisa. Se sospecha que la causa fue el desvío del río, que se llevó a cabo para hacer sitio a la iglesia, edificada en consecuencia sobre terrenos inestables. En 1843 el Consejo de la Ciudad decidió derribarla por temor a que se viniese abajo. Por fortuna, el plan no se ejecutó y nada nos impide disfrutar hoy del elemento menos calvinista del edificio.

El interior de la iglesia es sobrio. En las paredes blancas, coronadas por un techo con forma de casco de barco invertido, sólo destacan los vitrales. Unas cuatrocientas personas, según reza el texto que recogemos en la entrada, están enterradas entre sus muros: varios héroes del mar; un científico (Leeuwenhoek); y diversos artistas, entre los cuales se encuentra Johannes Vermeer, quien nos ha traído hasta aquí. En el suelo de piedra dos lápidas conmemorativas le recuerdan. Una señala el primitivo emplazamiento de la tumba y la otra, mayor en tamaño, el actual.


Poco se sabe de la vida de Vermeer y de su formación artística, el halo de misterio que envuelve su obra se extiende también a su biografía. Apenas una treintena de cuadros suyos han llegado hasta nosotros, la mayoría escenas domésticas de apariencia realista. Son pinturas que muestran un exquisito tratamiento de la luz y del espacio. Carecen de ornamentos a pesar de haber sido realizadas en pleno apogeo del barroco. Si algo las caracteriza, es la serenidad. En sus obras de madurez, Vermeer fue eliminando progresivamente indicios acerca de la acción de los personajes y de las relaciones entre ellos, lo que confiere a sus pinturas una suerte de intemporalidad. Los motivos se repiten: estancias iluminadas desde la izquierda, con objetos o paños en primer plano que alejan al espectador; personajes concentrados en una actividad: mujeres leyendo cartas o tocando instrumentos musicales, envueltas en un atmósfera enigmática.


Vermeer no se prodigó en la pintura de paisajes pero nos legó una sorprendente vista de su ciudad natal. Con motivo de su venta en Ámsterdam, el 22 de mayo de 1822, para ser adquirido por la Mauritshuis de La Haya, su emplazamiento actual, se ofreció la siguiente descripción del cuadro “Vista de Delft”: "Esta pintura, la más importante y la más célebre de este maestro, cuyas obras son escasas, representa la villa de Delft sobre el Schia; puede verse la villa completa con sus puertas, torres, sus puentes tal y como eran; en el primer plano hay dos mujeres hablando, mientras que a la izquierda algunas personas parecen prepararse para embarcar en una gabarra. Delante de la villa varios navíos y embarcaciones. La manera es audaz, de las más poderosas y magistrales que puedan imaginarse; todo está agradablemente iluminado por el sol; la tonalidad del aire y del agua, la calidad de las construcciones y de los personajes forman un conjunto perfecto, y esta pintura es absolutamente única en su género". En realidad, Vermeer adaptó el perfil de la ciudad a sus necesidades reubicando los edificios en aras de la composición. Las casas de Delft ocupan una pequeña parte del cuadro, dominado por los juegos de luces del río y del cielo encapotado. Las nubes de tormenta mantienen en penumbra las que quedan en primer plano, mientras las de detrás condensan toda la luminosidad de la escena. Estos contrastes confieren al cuadro su particular magnetismo. La vista de Delft que Vermeer contempló para realizar su obra no nos es ya accesible, hemos de contentarnos con ver la ciudad a través de sus ojos o de los de otros artistas que, antes o después, buscaron inmortalizarla. Sobre las obras de estos últimos, la de Vermeer parte con ventaja: él trata de captar la esencia de la ciudad, su luz, aquello que la caracteriza por encima de sus peculiaridades.


El escritor Marcel Proust confesó en una carta enviada al crítico Jean-Louis Vaudoyer, el 2 de mayo de 1921, que era el cuadro más bello que había visto en su vida. Podemos pensar que vio en Vermeer un espíritu afín. De tal modo fue así, que su pintor favorito pasó a ser un personaje más del proyecto literario que le ocupó los últimos años de su vida. Swann, el protagonista de “En busca del tiempo perdido”, dedica sus horas a escribir un ensayo sobre Vermeer que interrumpe y retoma en varias ocasiones a lo largo de las más de dos mil páginas de la obra. Pero es Bergotte, personaje que en la novela se nos presenta como un escritor afamado, quien más se acerca al sentido último de la pintura de Vermeer. Gravemente enfermo, Bergotte visita una exposición con la intención de contemplar el cuadro “Vista de Delft”, que ya conoce. Queda fascinado por un lienzo de pared amarillo en uno de los edificios. El fragmento se le antoja de una belleza absoluta. “Así debiera haber escrito yo”, se dice presa de un súbito mareo, “que mi frase fuese preciosa por ella misma, como ese pequeño panel amarillo”. Instantes después se recuesta en un canapé y fallece. El narrador se interroga entonces por el origen y el sentido de las obligaciones que se impone el artista, para concluir que parecen provenir de otro mundo fundado en el sacrificio, al cual retorna al morir : “No hay ninguna razón para que el artista ateo se crea obligado a volver a empezar veinte veces un pasaje para suscitar una admiración que importará poco a su cuerpo comido por los gusanos, como el detalle de pared amarilla que con tanta ciencia y tanto refinamiento pintó un artista desconocido para siempre, identificado apenas bajo el nombre de Ver Meer”. En la noche fúnebre de Bergotte, Proust imagina que sus libros velan como ángeles con las alas desplegadas, simbolizando la resurrección definitiva del escritor. La única posibilidad de salvación pasa por engarzar frases con devoción de orfebre, sin aguardar recompensa alguna.


Salimos de la iglesia después de cumplir con nuestra visita y echamos un último vistazo a la torre inclinada de la iglesia mientras pensamos en el trabajo afanoso de Vermeer, cifrado en un diminuto fragmento de pared amarilla, unas pinceladas del color del sol que Proust rescató y convirtió en palabras librando definitivamente al misterioso pintor del olvido. Afuera comienzan a caer las primeras gotas de lluvia. El cielo se prepara para destilar la luz particular que cautivó a Vermeer.

jueves, 25 de septiembre de 2008

NÁUFRAGOS

Robinson Crusoe fue mi primer libro. Hubo otros antes, pero no cuentan.

Mi condición de letraherido comienza con esa novela cuyo mágico título descubro ahora: “La vida y las extrañas y sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe de York, marino”. Lo leí con diez años, en una edición juvenil que acabó con el lomo rajado a fuerza de relecturas. En la portada, un hombre maniobrando sobre una almadía, rodeado de gaviotas, se aleja de la embarcación que naufraga a sus espaldas. Me veo contemplando extasiado esa imagen, ritual repetitivo que precedía mi inmersión en la lectura.
Ignoro cómo llegó hasta mí, si fue un regalo de mis padres o de algún otro familiar que sabía de mi afición por los libros. Sólo sé que le di la bienvenida con la sorprendida gratitud con que Robinson, sabiéndose único superviviente, recibe los objetos que le trae la marea. La enumeración monótona de esos objetos se convierte desde las primeras páginas en una letanía hipnótica (“dos o tres sacos de clavos y escarpias; una gran barrena; dos docenas de hachas y una piedra de afilar…”). Robinson inaugura su nueva vida haciendo inventario de los utensilios que el naufragio le ha dejado. Al nombrarlos, hace suya la isla y da vida a los que serán sus fieles compañeros de aventura (“…dos o tres palancas de hierro; dos barriles de balas; siete mosquetes; otra escopeta de caza; una pequeña cantidad de pólvora y un gran saco de perdigones…”). Esas listas desnudas se repiten a intervalos a lo largo de la novela, como un inocente balance, para dejar constancia de las pérdidas y ganancias. Tras el naufragio, Robinson rescata una pequeña colección de libros, varios de ellos escritos en portugués. Cuando, sumido en la desesperación, trata de comprender su penosa situación, abre uno al azar (imaginemos cuál) y encuentra las siguientes palabras: “Nunca te dejaré, ni te abandonaré”, que interpreta como dirigidas a él por una presencia protectora. Treinta años después abandona la isla y elabora la última lista detallada de sus pertenencias, sin hacer constar ninguno de aquellos volúmenes, que se pierden misteriosamente en el transcurso de la novela.

Encontré a Robinson en el momento preciso, al igual que él a Viernes. Supongo que su inventario personal me resultaba cercano. Sin haberlo elegido, también yo me encontraba perdido en un sitio que no era el mío y sentía el desarraigo como un sordo dolor sin nombre. Podría pensar que el voluntarioso Robinson me señaló el camino, la senda oculta que encauzaba mi futuro. Ahora, releyéndolo, entiendo que el libro de Defoe no es una celebración de la aventura, ni una novela de iniciación al uso. Robinson no conquista la isla, que permanece inexplorada hasta el final, su descubrimiento es de otra índole. El naufragio obliga a Robinson a mirar en su interior. En la soledad no se encuentra más que lo que se lleva a ella. Algo que desconocía antes de naufragar le permite transformar su desesperación inicial en aceptación de un destino que finalmente no entiende. La ‘horrenda isla’ del principio acaba convirtiéndose en ‘mi isla’, aunque en realidad el territorio que Robinson conquista es el de su propio albedrío. Descubriéndose, se adueña de su destino para llegar a ser libre en la porción de tierra en que ha sido confinado. De modo que cuando, después de 28 años, 2 meses y 19 días de penurias, regresa a casa algo le impulsa a hacerse de nuevo a la mar, tal vez la intuición de que sus raíces viajan con él. Entiendo que algo de eso quiso comunicarme Robinson en aquella primera lectura, ya lejana.

Al devolver a su anaquel la novela de Defoe, me pregunto si alguna vez volveré a releerla y entonces viene a mí la imagen de aquellos libros escritos en portugués y perdidos para siempre en una remota isla del Pacífico, a la espera de otra voz que los convoque.

martes, 23 de septiembre de 2008

 
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